Buscar en este blog

Max


Otra vez quedamos solo tú y yo.
Yo, contigo. Tú, en mis pensamientos.

Una vez más me doy cuenta de que no me queda más que tu recuerdo, tu presencia invisible confortándome en los momentos en que la desilusión me golpea fuerte, cuando la realidad me hace tristemente consciente de que no me tengo más que a mí misma. Solo yo de cara al mundo…

En vano me engaño, querido Max, no cuento con nadie más que conmigo misma para los instantes decisivos. Para los momentos en que responsabilidades, soledades y realidades se asientan con fuerza sobre mis hombros, clavándome los pies sobre la tierra, contracturando mi espalda ya contracturada; tensando mis músculos hasta oírme rabiar, mi sangre hasta que, a gritos, empuja dolorosa contra mis globos oculares dejándome exhausta, al borde de las lágrimas. 
¡Pero qué cruel me parece a veces! Qué injusto me sabe mi propio destino…

Yo sola debería de bastarme, yo sola… pero no quiero tener que enfrentarme al mundo si no te llevo conmigo, si no tomas mi mano entre las tuyas y me guía tu espíritu por el sendero que caminan mis pies; si no alumbras con tu luz mis pasos sumidos en oscuridad.

Yo sola debería bastarme pero, por momentos, tantos sentimientos no me caben en el cuerpo y me rebalso… me vuelo en mil pedazos. Me siento tan ida, tan impersonal, tan nada. Pierdo la brújula y no sé cómo volverme a encontrar. Pero ahí estas tú, y yo vuelvo a ti una y otra vez.
Y hoy, más que nunca, vuelvo a preguntarme qué será de ti, hoy que siento el peso de la responsabilidad, la certeza de mi soledad. Que siento el vacío de tantas presencias en mi vida.

Yo sola debería bastarme, pero no me basto... y entonces, como cada vez que experimento el desamparo de la realidad, regreso a ti.

Me haces falta en este día de diciembre, me haces falta siempre.



Movimiento de Traslación



El año nos deja. Lentamente, pero decidido, el 2019 va llegando a su final.

Y yo, —como tú, como el resto del mundo—, mientras más cerca  me siento del final, más me lleno de reminiscencias. Me vuelvo para contemplar el camino andado y cientos de imágenes, momentos recuerdos, vienen a mi encuentro…  y pienso en todo lo vivido, en lo ganado y lo perdido, en todo lo aprendido.

La vida es como una carrera de vallas. El día 1 del 365 todos estamos congregados en el punto de partida: pletóricos, llenos de energía; ideando las mejores estrategias para esquivar las vallas, cumplir cada propósito en el mejor tiempo, con las esperanzas puestas en alcanzar la meta y así, sumar a nuestra lista un año más. 
Sin embargo, en el proceso, cada quien llega al término a su manera: unos entumecidos y lesionados, extenuados… otros no tanto; incluso, hay quienes ni siquiera consiguen llegar, detenidos definitivamente en un tiempo eterno por alguna valla que no consiguieron salvar. Y entonces, los que quedamos, sea que estemos muy enteros o en pedazos, nos miramos con ese sentido de solidaridad y a la vez de culposo alivio, como pensando que qué suerte, por lo menos no fuimos nosotros los rezagados. 
Maltrechos, pero de que llegamos, llegamos. 

Y así… al completar en el día 365 la vuelta completa al Sol, nos preparamos, una vez más, para volver a empezar. Con la misma esperanza y sin ninguna certeza de llegar hasta el final de la carrera… ¿Quién sabe? La vida es así. Somos finitos y nadie conoce nuestro tiempo de caducidad, nuestra hora final. Pero seguimos. Estamos —aquí estoy— dispuestos a atravesar, por grado o fuerza, una nueva carrera de vallas en pos de llegar hasta la meta para, una vez más, volver a empezar. Partícipes involuntarios de un tiempo eternamente cíclico. 
Aquí estamos, con nuestras pequeñas y grandes esperanzas. Listos para echarnos la mochila a la espalda y continuar.

¿Qué he sido yo en este tiempo, en este año?
Muy cerca del 365 de mi vuelta 29 alrededor del Sol, lo analizo todavía…

TDM


La depresión es como un monstruo grande y oscuro, tan oscuro como la nada. 


Alto, ancho, denso. 

Una masa compacta de oscuridad que se interpone entre mi cuerpo y un día luminoso. 
Una masa de frío que se interpone entre mi cuerpo helado y la tibieza agradable de un día soleado. 
Es como angustia que duele en la garganta, en los ojos... que escuece.
Como parásito carcomiendo poco a poco mi cerebro. 
Como presión molesta en el pecho sin ningún sentido en un instante de tranquilidad. 
El pensamiento negativo cuando las cosas van saliendo bien. 

Mi depresión es como el monstruo debajo de mi cama... y no se cómo escapar de él. 
Es parálisis mientras duermo. 
Ese ser alargado y deforme de los sueños, es el hombre de cabello ondulado y sin rostro que me perseguía por el parque de mi casa en mis pesadillas infantiles... ¡Era él! Siempre fue él.


Ahora lo entiendo. 

Aquel hombre sin rostro era la depresión visitándome temprana, llegando a cobrarse mi vida, pero entonces yo no lo sabía, y entonces huía... siempre huía. Inconscientemente, mi existencia inocente sabía por qué. 
Pero en algún momento... no se cuándo, ni cómo, me alcanzó. 

Ahora vive conmigo... en mí; e intenta alimentarse de las cosas buenas de mi vida, chupar mi energía... dejarme sin nada. 
Aún no he encontrado el modo de detenerlo.

O quizá sí... 


A lo lejos, puedo ver un atisbo de luz.  

A Max: Oscuridad.




Querido Max, 

La vida a veces pasa lenta, muy lenta; y otras, tan vertiginosa y rápida que resulta casi imposible seguirle el paso.

Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que tu recuerdo vivo estuvo en mi mente, que visitaste mis sueños y mantuvimos una charla. Ha pasado tanto desde la última vez que te escribí una carta que ahora, mientras te escribo, siento como si volvieras de un larguísimo viaje y yo, inundada, fuera como una represa a punto de colapsar, de rendirse ante la fuerza de sus aguas, su ímpetu... su oscuridad. ¡Oh Max!, ha pasado tanto, tanto tiempo…

He ganado y he perdido tanto, he descubierto tanto que, ahora mismo, mientras mi pulso y mis músculos protestan por el esfuerzo y me gritan que pare, siento que si empiezo no llegaré nunca al final. Si empiezo, querido mío, no podré detenerme, y el torrente de mis sombras lo inundará todo… y yo tengo el corazón tan cansado; los sentimientos y los pensamientos tan agotados. La extenuación por tanto y tanto descubrimiento me ha dejado vacía…
Impertérrita. 
Vegetal. 

En este punto de la vida en que camino a tientas en la oscuridad, sin Norte… solo sé que necesito avanzar sin pensar demasiado en el miedo o el dolor. Aunque sean mareantes, acuciantes y me provoquen arcadas, necesito avanzar hasta encontrar la claridad.
¿Dónde está la claridad?
¿En qué sitio se encuentra ese punto de luz que me conducirá hasta la salida de este pantanoso periodo de confusión?

Max querido… querido, querido. Te pediría que vuelvas a ser mi guía, mi estrella polar en este camino de oscuridad, pero no me siento capaz; soy consciente de que ya me has dado demasiado en estos años, y mi corazón ya ha entendido que fue bueno dejarte marchar. Pero aun así, cuando la irracionalidad de mi razón piensa en el último instante en que se sintió segura te recuerda, y me obliga a volver a ti.  

*

Tú que sigues estando más cerca de Dios, 
que tu luz brilla imperecedera y no has sido consumido 
—como yo—
 por las oscuridades de tu alma humana.
Por favor, pídele por mí.


En silencio, 
durante tus intenciones del día por las miles de almas anónimas, 
—perdidas— 
porque, como ellas, mi alma esta perdida.
Perdida en su propia oscuridad. 
Por favor, pídele por mí. 

Vuelve a ser, aunque inconsciente, mi Virgilio. 
Quien guíe mi alma perdida 
en este dantesco bosque de terrores e incertidumbres, 
sumido en la más profunda oscuridad. 

*

Aunque mis recuerdos no te evoquen con la misma fuerza del pasado, vives en mi corazón. 

Tuya siempre, 
Rosali. 



A Max: Te digo adiós.


Te digo adiós, y quizá es esta la decisión más fácil —o difícil— que he tenido que tomar en los últimos días. 
Te digo adiós sin certeza de que sea definitivo.
Te digo adiós porque en este instante es lo que me dicta el corazón. 
Aunque quizá más tarde, o mañana, me arrepienta de esta despedida y mi imaginación desesperada corra el camino de regreso a tus brazos. 

Te digo adiós, mi querido Max, porque es ésta consecuencia inevitable de la historia entre tú y yo.
Porque la vida es un vaivén de despedidas y bienvenidas, de personas que entran y salen a cada instante, 
pero siempre en el momento exacto: y tú entraste, obraste tu milagro salvándome de mi oscuridad y luego, fiel a tu naturaleza angelical, regresaste al cobijo de tu gran amor. 

Tu Dios. 
Mi Dios. 
Nuestro Dios. 

Entonces he pensado que, quizá a través de mi fe, amándole a Él, pueda amarte a ti también... conservarte en una edad eterna, en lo más recóndito de mi alma inquieta —hambrienta de eternidad y libertad— y guardarte siempre conmigo, mi amor querido. 

Seguiste tu destino como yo sigo ahora sin ti, pero me tienes para siempre. 
Aunque el reloj corra, las personas se sucedan unas a otras, el amor llegue y se quede… el tiempo siga siendo imperturbable, tuya es mi alma para siempre. 

Siempre.  

Resiliente

Hoy no sé exactamente qué escribir. Solo sé que tengo ganas de escribir, de externar.
Y de repente me encuentro aquí, escribiendo, buscando de esta forma aliviar una inquietud interna a la que no consigo darle un nombre definido. 

¿Soy realmente tan fuerte como dicen que soy? ¿Existe realmente en mi toda esa grandeza, esa fuerza interna que todos, salvo yo, parecen ver?
Hay días en que creo que sí. Otros, la mayor parte del tiempo (salvo en repentinos e intempestivos arranques de inspiración), en que siento muchísimo miedo; en los que me siento como dentro de un pozo tan profundo que apenas puedo distinguir el pequeño haz de luz que marca su fin, su camino al exterior. Días en que me siento tan ahogada... Veces en que siento que el camino a esa luz es tan largo; que va a pasar mucho, mucho tiempo antes de que pueda salir. 
Días en que la soledad me cala hasta los huesos y no sé qué hacer, cuál es el siguiente paso. 

"¿Por qué te confundes y te agitas ante los problemas de la vida?", me dice una voz, una presencia invisible —tranquilizadora— a la que yo le pongo el rostro de mi fe, la sonrisa de Jesús. ¿Está realmente conmigo en esos instantes?, ¿me abraza como a la niña en la estampita con la oración a la que yo me aferro en los momentos más abyectos de mi desesperación? 

Sé que mis angustias no reflejan lo peor del mundo, hay muchos que la viven peor, y yo debo ser agradecida con mi suerte y siempre consciente de ello pero, ¿cómo a veces? A veces simplemente no se puede; y me angustio, y lloro... y grito internamente, me clavo los dientes en la carne del puño apretado para silenciar así el dolor, controlar las taquicardias... 
Respirar, alcanzar la calma y una vez más recuperar mi autocontrol.

Por mí. 
Por los que quiero. 
Por conservar el orden en mi vida.  
Seguir... ser fuerte. 
¡Pero qué titánica resulta esa tarea a veces!

Qué ironía de la existencia humana, que siendo solo de hueso y carne, tengamos que hacer como si estuviésemos hechos de hierro. 
Irrompibles e insusceptibles. 
Resilientes. 

*
Estos parecen ser tiempos difíciles, aunque todo se sienta en calma. 
Incluso mi forma de escribir. 






In- Influencer


¿Soy muy diferente a lo que, digamos, una chica del siglo XXI en la era de las redes sociales, debería de ser?

Desde siempre he deseado ser delgada. Verme bonita. Tomarme una fotografía y pensar al mirarla: “¡Qué churra es esta muchacha, caray!”. Poder usar la ropa que quiera y que me quede bien y que la gente me admire. Que vean en mí, de algún modo, un prototipo a seguir. Sin embargo, no aspiro a convertirme en una especie de influencer. Mostrar mi “perfecta vida” en redes sociales y que todo se reduzca a mi aspecto de fuera, lo superficial, a pesar de todo lo que acabo de decir. 

Me aburre maquillarme (me parece poco práctico e innecesario), y casi siempre me da flojera arreglarme minuciosamente para salir de casa y tener siempre un aspecto sexy y perfecto. No es el tipo de efecto que quiero causar aunque, debo admitir, que no me molestaría serlo de vez en cuando. 

No sigo a gente de moda o chicas influencers de estilo de vida en redes sociales; no intento imitarlas ni vivo soñando con tener una vida así. Y aunque no puedo evitar sentir un toque de envidia por lo fácil que les resulta hacerse conocidas, muchas de ellas cortesía de sus apellidos o posición económica acomodada, no me gustaría convertirme en alguien así. No lo deseo y, por consiguiente, procuro mantener a raya de mi vida a la gente que vive “infectada” con ese estándar de belleza y superficialidad, al punto que lleguen a despreciar y/o minimizar a todo lo que sea diferente o contrario a esa concepción. 

Yo quiero ser reconocida y admirada por otras razones… por mis libros, por ejemplo. Por mis escritos e ideas; por el impacto no superficial que pudiera generar en la vida de los demás. 
Sin embargo, en el mundo en el que vivimos no sé si algo así sea posible. Viendo la cultura tan superficial impuesta por los medios, publicidad y gigantes empresariales; los influencers e incluso espacios que deberían impulsar el conocimiento responsable, como por ejemplo una conocida librería,  haciéndole publicidad al libro autobiográfico de Deyvis Orosco (¡¿WTF?!), presentado, para variar, en la Feria internacional del libro; me invade una profunda sensación de impotencia y desesperanza. 

¿Qué posibilidades tiene alguien como yo de hacerse un nombre en el mundo? 
¿Qué probabilidades tengo de destacar, por ejemplo, por mis libros, dentro de la jungla dominada por los gigantes que se mueven por influencias, dinero y publicidad?

Pese a la consciencia que tengo de esto, intento no autosabotearme con mi desánimo y repetirme, como un mantra, que siempre que lo intente puedo hacerlo posible. Y renuevo las fuerzas cada día. Insisto. Aunque por momentos mi innata debilidad humana me arrastre a la desesperanza. 
Ahora, más que nunca, que me encuentro a puertas de concretar un segundo sueño (un segundo libro) me empeño en conservarme entera. Mantener viva la esperanza, no desfallecer. Como siempre, mientras se tenga aliento y vida, podemos seguir intentando. 

Trato. Siempre trato. 
Y tú… ¿tratas?

Ya veremos qué nos trae la vida. 





       *Y sí. Esta de las fotos soy yo. =) 


¿Te imaginabas así hace diez años?

La edad es un número y he escuchado hasta el cansancio a gente mayor repetirme que todavía estoy demasiado joven para sentirme y tener pensamientos tan de vieja; para mirar ciertos aspectos de la vida con el pesimismo propio que los años y las experiencias vividas. Pero yo no los escucho.

Y es que en este último año, consciente de lo rápido que se me está pasando el tiempo, no sé por qué, se me ha dado por mirar hacia mi yo del pasado con insistencia y preguntarme (y preguntar a las personas más cercanas a mí, a las que más quiero) si así como son ahora es como se veían en diez años. Si es que se imaginaban en el futuro de la forma en la que son ahora. Las respuestas han sido variadas, desde muy positivas hasta muy negativas; aunque a la larga creo que ninguno está tan decepcionado de sí mismo como para decir que odia su versión actual.

Personalmente, admito sin vergüenza que no soy la mujer que imaginé que sería hace diez años.
Me habría gustado ser más segura, más exitosa; más madura… mucho más de lo que soy. Sin embargo, y aunque aquella pregunta me siga rondando insistentemente una y otra vez, hace un tiempo una de esas personas que llegan de paso a la vida de uno, para dejar algún tipo de enseñanza, me  recomendó insistentemente leer un libro que, al final, me enseñó que los aciertos y desaciertos cometidos por mi inexperto yo del pasado no deben ser juzgados con la dureza de mi yo de casi 29 años porque, en su momento —diez, nueve, ocho años antes—, las decisiones que ahora me parecen equivocadas, estúpidas o demasiado ingenuas le parecieron correctas a mi yo más joven, más inexperto, y fue el cúmulo de todas esas decisiones las que formaron a mi imperfecto yo del presente, el mismo que escribe en este momento.
Tengo que hacerlo por respeto y confianza a mí misma.

Sé que no soy la mujer, hija, hermana, amiga que todos esperan que sea. Me falta muchísimo para ser el ideal que el mundo espera de mí, quizá nunca llegue a serlo. Pero independientemente de lo que el universo espere de mí  —de nosotros—, lo que importa es que, al cerrar los ojos al final del día, de la vida, sea tu yo el que sienta que, al final, siempre fue y dio todo lo que, en medio de toda su imperfección, fue capaz de dar.
Así que ya sabes: no te maltrates. Deja de juzgarte. Deja de cuestionarte cada día (consciente o inconscientemente) el por qué no hiciste tal o cual cosa de otra manera. Tu yo en ese momento lo hizo así porque lo consideró correcto y punto. Déjalo descansar y descansa tú también. Reconcíliate con todos tus yo e intenta ser feliz.

Es la forma más efectiva de no enloquecer. De encontrar paz en este mundo lleno de caos.




A Max: Invierno...




Querido Max, 

Mi corazón rebosa de amor esta noche… Por ti. 

Tu recuerdo ha llegado para hacerme compañía en esta noche de invierno en que tantas cosas se vuelven claras para mí; entre ellas, la certeza de mi soledad. La extraña certeza de que no cuento más que conmigo misma para los momentos de las decisiones importantes.

Hay presión por todos los flancos. Siento que, de un modo u otro, todos tiran de mí: para ser la hija, la hermana, la amiga, la mujer que todos esperan. Y quizá, solo quizá, en ese tira y afloja no consigo ser ninguna de esas cosas… no consigo ser lo que las personas esperan de mí. Y entonces me siento como en suspensión, y no quiero para mí nada más allá del dulce descanso del sueño eterno, de cerrar los ojos y extinguirme, de no estar más. Y mi mente, en esos momentos de angustia, se aferra a los recuerdos felices como a su único artilugio de salvación y de entre un mar de ellos emerges tú...

Oh Max, eres el recuerdo más puro, el más limpio en medio de tanto caos. Descanso para este cuerpo estragado de tanto y tanto dolor, la cura a mi constante desilusión. Vienes a rescatarme del dolor, de la presión que el mundo ejerce sobre mis hombros contracturados... tan cansados. Apareces tú y me liberas; y yo le ruego una vez más al cielo que te traiga a mí, a mi realidad; para que Dios en su misericordia me conceda algo que no merezco: tu vida, tu alma… tu amor por siempre.  

Sé que es imposible, amor mío, yo lo sé. Pero aun sabiéndolo, me niego a perder la esperanza y lo vuelvo a intentar, una y otra vez. Quizá, algún día, por cansancio, a fuerza de escuchar de mis labios la misma plegaria me conceda por fin el regalo tan preciado. 

Hoy, mientras caminaba entre el viento frío te imaginé en mis brazos, entre el amarillo cálido de las luces de nuestra casa compartida. Te imaginé diciéndome que eras real, que este momento era real. Que estabas orgulloso de saberte mío y que nunca me dejarías. Que nos habíamos escogido por amor y que así siempre sería. Y fue tan dulce, tan feliz… ya puedo ir a casa y cerrar este extraño día con ese recuerdo. 

Estás siempre en mi corazón. 
No te olvido. 







Sinastría



Querido Elvis,

Esta tarde todo ha conspirado para que te escriba. Absolutamente todo: el clima, los recuerdos… ¡incluso la música! ¿Recuerdas aquella que, alguna vez te dije sería nuestra canción? ¡Sonó en la radio justo en el instante en que me debatía en escribirte! Y aquí estoy, escribiéndote. No sé si a tu yo del presente o a tu recuerdo… aquel dulce recuerdo que yo atesoro entre mis posesiones más preciadas.

Hago esto para matar el deseo creciente que desde hace unos meses me ha poseído, haciendo que me pregunte si no debería volver a buscarte, encontrarte y recuperar algo de lo que significamos el uno para el otro. Si aún puedes ser el ingrediente que me falta para darle un sabor nuevo, alguno que despierte mi hambre desenfrenada por vivir. Probablemente no lo seas… lo más seguro es que no. Éstas son solo ansias por recuperar aunque sea algo de todo lo que en algún instante consideré como una certeza, un hogar, un lugar seguro al cual regresar cuando todo se disolvía a mi alrededor… cuando todo era tan inestable, efímero. Durante mis años de juventud tuve muchas incertidumbres, pero tú siempre fuiste mi constante. Mis sentimientos por ti siempre fueron mi brújula, mi certeza.

Mi ilusión de la adolescencia, mi pasión de escritora y también de mujer. Fuiste siempre una fuente de inspiración infinita; la razón real detrás de mis primeras letras, y lo más excitante era que yo era lo mismo para ti. Tu amabas y admirabas lo que yo era... lo que sigo siendo. Fuiste un amor único, de esa clase tan rara y excepcional; uno de esos que desearía para todos en un gesto de magnanimidad.... ojalá todos en algún instante pudieran haber vivido un sentimiento como el que tú inspiraste en mí, haber tenido un alguien que hiciera el papel del amor de su vida. A veces me pregunto que hubiera sido de nuestras vidas si el destino hubiera sido menos caprichoso y más complaciente, dejando que nuestros caminos se cruzaran en momentos decisivos. 
¿Qué hubiera sido de nosotros?

He de confesarte que, cuando pasé por aquel horrible engaño hace más de un año y mi últimamente estrepitoso fracaso en el terreno del amor, con el transcurrir de los días, cuando se fue el dolor, la decepción y llegó el período de calma, me llegué a preguntar en más de una ocasión si mi vida no habría sido distinta de haber sido tú la materialización física de mi amor ideal. ¿Cómo habríamos sido? Quizá, solo quizá, fuera yo la mamá de tus hijos, quizá te habría convencido de que viajar por el mundo era mucho más excitante que una vida de familia convencional, con una casa en un barrio promedio, llena de hijos; quizá habría logrado sacarte de esa detestable procastinación en la que te vi la última vez, esa rutina en la que la vida te envolvió hasta convertirte en ese ser soso y conforme, apagando irreversiblemente ese fuego que yo amé en ti a los 15,16, 17, 18, 19, 20… ¿Habrías sido otro estando conmigo? Puede que yo hubiese hecho de ti un hombre mejor, un héroe a mi medida. Te habría contagiado mi ambición, mi hambre por el mundo y la gloria… mi sed de eternidad.

Una vez fuimos sol y luna, dos soledades que se buscaban entre los laberintos del tiempo aun sabiendo que estaban destinadas a no ser nunca. Hoy sigo siendo luna… y sospecho que en alguna grieta recóndita aún existe en ti ese sol invencible. Ojala la vida no fuera como es y pudieras recuperar para mí esa luz, tu calor… ese fuego que consumía todo de mí.

Hace unos días hubo un eclipse, un encuentro fortuito entre la luna y el sol, y como ahora veo señales en todo lo que sucede, espero que ese excepcional acontecimiento te traiga de nuevo a mí; que sea la premonición de que estás cerca… muy cerca, y que pronto sucederá la bifurcación de nuestros mundos. Nuestros caminos juntos una vez más.

Prometo ser más paciente esta vez.









Diario



A veces resulta tan fácil perder la noción del tiempo y de las cosas. Y no precisamente por estar viviendo algún acontecimiento feliz; a veces puede suceder sin más… sin ninguna explicación.

Por extraño que parezca, apenas hace un momento, mientras me ocupaba de las tareas cotidianas de oficina, caí en la cuenta de que la muestra de flamenco, la siempre esperada muestra de flamenco es este fin de semana; por lo que sin duda ésta será una semana ajetreada, llena de planes y preparativos para el día importante, con más práctica de la habitual. Pero a diferencia, por ejemplo, del año pasado, esta vez sólo seremos mi familia y yo. No habrán amigos, no habrá un enamorado. Solo nosotros. Y de esta forma tan sencilla la vida me ha dado la lección del día: me ha hecho comprender que, con el tiempo y pase lo que pase, la única constante siempre será mi familia y su compañía.

Hoy más que nunca veo con indiferencia el paso de las horas, de los días; veo pasar sin mayor emoción acontecimientos que en otro tiempo lo fueron todo. Claro que me sigue gustando el flamenco, que sigue despertando en mí esa pasión escondida, me sigue provocando expectación. Sin embargo las sensaciones ya no son como antes, yo ya no me siento como antes.
No soy como antes.
Es como si incluso la intensidad con que vivía ciertas facetas de mi vida hubieran alcanzado cierto estado de suspensión, uno en el que se enfría un poco toda la existencia, los sentimientos… y no estoy del todo segura de qué tan bueno o malo sea aquello.

Puede que sea un poco de ambos.

Mientras escribo, me ha venido una conversación que mantuve hace unos días con un amigo, eso de que, sin querer, a veces terminamos traicionándonos a nosotros mismos, casi siempre, una y otra vez.

La vida es eso: traicionarnos a nosotros mismos. Y por violento que pueda sonar quizá no sea así de malo; quizá se trate solo del proceso de estar vivo. Tomar consciencia de lo que somos y lo que queremos ser, e inevitablemente traicionarnos en el proceso para crecer. Para aprender. Para estar en el punto exacto en que nos encontramos ahora.

Personalmente no sé qué pensar. Sola ahora… trato de reconocerme a tientas en la oscuridad, encontrar mi origen, mi hogar primigenio.  Soy como una vasija vacía que busca llenarse con el agua de alguna fuente más pura; con sed de eternidad y libertad... de realización.

Si he de conseguirlo en un largo tiempo o ahora mismo no lo sé, solo sé que, ahora más que nunca, me siento yo y quiero ser yo. Solo yo. Y el anhelo de poder renovar mis esperanzas crece cada día. Vamos a ver qué sucede, qué nos trae la vida.

Mientras tanto, ésta es la semana de la muestra.
La semana del flamenco.




A Max: Catarsis una vez más...



Querido Max,

No sé cómo empezar esta carta. Hace unas horas tenía exactamente pensado lo que te diría pero ahora me siento vacía, un poco aturdida quizá. Triste. Y mi tristeza radica en la ofensa de la que has sido objeto, a la forma tan vil en que se han atrevido a manchar tu recuerdo, comparándote con la persona de cuyo daño me rescataste. Han envilecido el producto más dulce, más grande y más bello que obtuve después de la más grande decepción.

¿Cómo han podido? ¿Cómo puede cohabitar tanta ignorancia, tanta vileza… tanta torpeza en una sola persona?

¡Oh, querido! Aunque nada de lo que el mundo pueda pensar te arrancará jamás de mí, el sabor amargo me ha penetrado hasta el corazón. Ha conseguido manchar la pureza de aquella paz que por tu gracia conseguí. ¿Cómo ha de volver a su estado primigenio?
Sé lo que me dirías: Te reirías y asegurarías que no hay forma más fácil de resolver ese mínimo problema. Me dirías que nadie, por más argumentos de los que venga armado, conseguirá borrar de mi alma aquel que fue el instrumento para darle paz. Que aquello es sólo mío… que ya podía respirar tranquila y dejar pasar aquel suceso como una simple tontería producto de la necedad. Me besarías en la frente y repetirías que mantenga la calma, que el sabor amargo pasará, pero nuestros lazos permanecerán.

En mi mente ya hemos mantenido una larga charla. Mientras mi cuerpo se entregaba al sueño, mi alma ha recorrido calles y parques hasta llegar al filosofado, ha volado por su patio y se ha reencontrado contigo en su biblioteca, se ha vaciado de toda su frustración y te ha pedido perdón por tu recuerdo mancillado. Y me has consolado, has acariciado mi rostro y me has asegurado que nada de lo sucedido ha hecho diferencia; que en realidad durante todo el tiempo en que yo me creía ignorada, tan alejada de ti, has estado pendiente de mis penas, mis avances y mis glorias; has vivido conmigo a través de mis cartas. Siempre has estado y has sido para mí todo lo que yo había soñado. Me has asegurado pertenecerme y compartir mi vida perpetuamente en sueños, no en la realidad, porque así es como tiene que ser. Has tomado mis manos entre las tuyas y en su calor me has hecho prometerte no olvidar jamás este momento, que recuerde siempre que tú estarás y así, entre promesas y certezas le has devuelto a mi alma la paz.

Mi siempre querido Max…  como al final aprendemos de todo, también yo he aprendido de este episodio, y ahora entiendo que intentar salvar no es siempre lo más acertado. No sirve gastar un salvavidas en aquel que disfruta de ahogarse o, pero aun, que ignora que se está ahogando.
He aprendido que, aunque no sea lo correcto, a veces es mejor callar. Silencio a cambio de la propia paz.

Te llevo siempre en mi corazón. Tu recuerdo será siempre algo impoluto, sagrado para mí.

Rosali.








Dos años...




De algún modo que no sé explicarme, sé que una parte pequeña de mí vive todavía 
en algún rincón de tu memoria.

Querido, querido mío, sé que de vez en cuando piensas en mí del mismo modo 
en que yo te he pensado en este extraño domingo de soledad e invierno 
—casi invierno—. 
Dulce es recordar el paraíso en los ojos del objeto de tus pensamientos 
y la promesa de eternidad aguardándote en sus labios.

¿Cuál es la causa de que hayas regresado tan vivo a mi mente? 
Ha de ser por el frío… ha de ser por esta sensación de lánguida soledad.

Ven y camina conmigo los pasos desandados. 
Regresemos al lugar de la primera despedida y abracémonos por largo rato, 
no dejes ésta vez que el miedo o la precaución me hagan soltarte de manera tan cruel. 
Vuelve y camina conmigo esa cuadra de más.

Regresa y déjame experimentar el encuentro de nuestros labios en aquel beso que no se consumó.
Deja que fantasía y realidad se mezclen en un instante
y cambiemos el rumbo de nuestra historia, 
que nuestros senderos vuelvan a bifurcarse y a ver qué nos trae la vida.

Regresa sólo por esta noche, entre el frío y la lluvia, 
y dejemos luego nuestros recuerdos descansar.
Yo de ti, tú de mí. 
Por hoy, por mañana, quizá por siempre.

Mira qué rápido se pasa la vida. 
Ya casi son dos años… y estás aquí tan vivo como la primera vez.

Café



Sus labios sabían a café.

Siempre que le besaba,
que nuestros cuerpos se encontraban
—a escondidas. Robándole instantes furtivos a las horas de oficina—,
en la austeridad de paredes metálicas
frías como mis manos a su contacto,
su aliento tibio con aroma de café le devolvía el sentido
a mi existencia extraviada en el laberinto de horarios,
esquelas y planillas;
de libros contables olorosos a papel pasado.

En esta tarde de déjà vu,
sus besos del sabor del café han regresado intempestivos,
tan diferentes e indiferentes a mis sentimientos,
a lo que fuimos, 
a mis anhelos del pasado
—yo le anhelaba a él… él anhelaba a alguien más—.

En el invierno naciente una década después,
con el vapor ascendiendo del hervidor 
y la taza paciente esperando la segunda ronda de café,
entre papeles diferentes e inventarios en Excel,
mi recuerdo trae al presente sus besos…
su aliento oloroso a dulce café pasado.

Ausente de sentimientos.
Sin resentimientos.

Irrupción de fantasía en horario de oficina.
Invasión a la realidad.

Dualidad


No soy yo
es mi alma de escritora la que hace a mi corazón inquieto.
La muy despiadada apenas me da tregua para respirar...

No sólo soy yo.
Dos mujeres habitan en mí.

Y si de algo me ha convencido es que, quien me quiera
 —el valiente que se atreva a hurgar en los laberintos de mi corazón
 tendrá que querernos a ambas, sin negociaciones ni fórmula de juicio; de lo contrario aquel amor estara indefectiblemente destinado a fracasar.

Una es perfectamente convencional: despierta a la misma hora y obedientemente se enfrenta al trabajo de las ocho, el almuerzo de la una y el té de las seis; la clase de los martes y el regreso a casa al finalizar el día... 
La que todos conocen.

La otra, la del corazón impaciente y los amores imaginarios, la buscadora incansable de inspiración; la de la cabeza llena de ideas y un cuestionamiento siempre a punto, que llora con un libro y quiere cambiar su vida en un arranque de inspiración; que siente ansiedad si no tiene un bolígrafo a mano. 
Aquella que aún cerca de los treinta todavía sueña con dejar huella y encontrar algún día a su amor de leyenda.

Ellas 
con todo lo que son y no son, con sus abundancias e infinitas carencias, miedos, terrores nocturnos y a veces angustia por el mañana... 
aquellas que anhelan abrazar el mundo, cada una a su manera
 ... soy yo.

Toda yo.






Querido Max...


Querido Max,

El otro día sin querer me topé con unas fotos tuyas y pude ver en ellas que eras feliz. Que sigues siendo tan feliz como podrías serlo con la vida que elegiste y eso trajo a mi cabeza cientos de pensamientos.  

Miro en retrospectiva, dos años atrás cuando te vi por primera vez, cuando la casualidad, el destino o el azar permitieron que nuestras vidas se cruzaran y pienso en lo bonita que habría sido la vida, el presente, si Dios me hubiera permitido conservarte. Que caminaras en mi hoy como lo hiciste en mi ayer, tomando mi mano con firmeza para no perderme mientras atravesada el oscuro camino del dolor, cuando enrumbaban mis pasos fuera de aquel fondo en el que las circunstancias me empujaron.
En el fondo siempre supe que nunca serías para mí de la forma en que tantas veces te había soñado. Mi mente se engañaba, querido mío… yo sabía que tu corazón estaba reservado para un amor más trascendente que aquel terrenal y carnal que podía ofrecerte para el día a día con el corazón rebosante y los sentimientos a flor de piel; en el fondo, mi alma había reconocido en ti a la materialización de su ángel de la guarda. Aunque suene blasfemo una vez más —aunque no haya hecho más que demostrarte lo contrario, no quiero que creas que mis labios solo pueden pronunciar blasfemias—, presiento que fue el mismo Dios, apiadado de mi miseria, quien te llevó hasta mí aquella mañana en las alturas gélidas de sol rebosante, nevados y laguna de azul profundísimo; fue Él quien te dotó de aquella bilocación bendita e involuntaria para que guiaras mis pasos en los meses que vinieron después.

Terminada tu misión conmigo mi corazón te dejó ir. Mi mente estragada dejó a tu recuerdo reposar... abracé mi nueva soledad —una soledad luminosa como rayos de sol y colores de mariposa, aunque no provista de obstáculos—, paz como nunca la había experimentado descendió sobre mí; pero he de confesarte que desde aquellos días no ha pasado ni uno solo en que no me preguntara por qué no permitió que te quedaras conmigo.

Hoy más que nunca, con la llegada de tantas cosas buenas y mi inspiración en tropel asaltando una vez más los espacios normalmente saturados de mi mente, desearía haber podido conservarte en más que mis recuerdos. Habría querido que seas parte de mi vida, que tú me hicieras partícipe de tus vivencias del día, que me contaras qué tal estuvo la misión o a dónde viajarías a hacer pastoral por el verano. De los cursos que te asignarían para el semestre académico en la universidad, y si prefieres limonada o café para las noches de calor; con qué novela estás intercalando las lecturas de las vacaciones o si algún día me enseñarías a hacer una tarta de frutas. Me gustaría contarte de mis proyectos literarios a corto plazo y que me ayudaras con tu opinión sincera de mis primeros borradores; que me dijeras que debo bajarle la intensidad a mis paranoias y disertáramos sobre la fugacidad de la vida, o si es que tu visión de ti mismo hace diez años coincide con lo que eres ahora. Si por momentos no sientes que caminas en un limbo tanto como yo o si me convencerías que los traumas de mi pasado no influirán más en mi futuro.

Me gustaría que estuvieras entre los invitados de honor a mi hipotética boda, asistir en primera fila y aplaudir como una loca cuando te invistieran con la ordenación sacerdotal. Alegrarme con tus logros y que te sientas orgulloso de los míos, que podamos decir que el otro ha sido una inmejorable compañía a lo largo de la vida, decir que qué suerte he tenido de encontrarte, un amigo sincero y con quien mostrarse a corazón abierto… sin máscaras, sin vergüenzas.

Ojalá hubieras podido quedarte en mi vida de la misma manera en que te quedaste —para siempre— en tantas y tantas superficies de papel. En mis letras, en mi vida entera.

Afortunado el cielo y tu filosofado, querido Max, afortunado el mundo. Afortunado Dios que cuenta con toda la atención de alguien como tú.  


Te abrazo en mis pensamientos y te deseo la mayor felicidad.

Rosali, 




2019


Mi querido Matt,

Ayer sucedió algo maravilloso…

¡Volviste! Regresaste a mí con toda tu paz, con toda esa inspiración y aquellos tiernos sentimientos que provocabas en mí. Volviste y me envolviste toda de esperanza y aquí estoy de nuevo: escribiéndote, soñándote… pensando en ti con la misma intensidad de hace dos años atrás, aunque ya no me produzca la misma sensación de angustia el pensar en la inevitable perspectiva de nuestra imposible coexistencia en la vida real, que no traspasarás de los límites de mi fantasía porque el conjuro de tu existencia se reduce a los intrincados artificios de mi memoria.

Hoy más que nunca te repito que te quiero, y renuevo  en el silencio del día que comienza mi promesa de ser para ti como tú lo eres para mí...
eternamente—. 
Aunque no seas el único objeto de amor en mi corazón y estemos destinados desde siempre a no ser. 

...

Posdata: 
Aún con cientos de ideas flotando en mi cabeza, mi primer registro de este 2019 va para a ti.

Con amor,
Rosali.