Buscar en este blog

Patines


Recibí mis primer par de patines en la Navidad de 1996.  

Al principio, el miedo a la pérdida del equilibro y las caídas latía tan fuerte como la expectativa por la aventura en mi corazón de niña pero, con el transcurrir del tiempo, fui ganando la confianza necesaria para apreciar -pese a los golpes y las incontables heridas de las que mis rodillas podrían dar perfecto testimonio hasta la fecha- esa sensación de libertad y de casi vuelo que me daban. A falta de alas, ruedas. 

Cuando llegó el día en que el regulador de talla alcanzó su máximo límite, y viendo que la posibilidad de que me compraran unos nuevos estaba totalmente fuera de alcance, dejé que mi antigua pasión fuera relegada poco a poco por otras nuevas hasta convertirse en un recuerdo lejano. 

Diez años más tarde, ya más grande y económicamente independiente, con la nostalgia por aquella sensación todavía presente en el mismo rincón en mi corazón, conseguí equiparme por fin con mis primeros patines comprados por mí. Orgullosísima, me lancé nuevamente a la aventura aunque, aquella vez, no llegué más allá de los primeros intentos de readaptación. Una fuerte caída provocó, además de una lesión importante en uno de los tendones de la rodilla, una extraña sensación de bloqueo que no había experimentado ni siquiera cuando me puse los patines por primera vez. 

¿Quién sabe? quizá los accidentes sufridos siendo mayores, nos marcan más que los vividos cuando niños…

Un año después de la recuperación, seguía sintiendo la necesidad de volver a intentar, sin llegar a decidirme. Más aun en las ocasiones en que los veía, pobrecitos, empolvados en el rincón al que los condené desde mi caída, con una mezcla de entre expectativa y terror; pero nunca antes la sensación fue tan fuerte como en estas últimas semanas, después del anuncio, durante una consulta médica, de que podría padecer de un raro trastorno que, entre otras afecciones, podría comprometer esporádica, pero permanentemente a mis articulaciones. 

Más que miedo, la sensación que predomina ahora es de incertidumbre… ¿Será posible?, y de serlo, ¿tendría que renunciar definitivamente? Todavía no lo sé pero, estando tan cerca de encontrar una respuesta, mi determinación, lejos de menguar, se ha vuelto arrolladora, apremiante… terca.  


Una vez más, viendo mis patines en su rincón, les prometo que, de salir airosa de esta, ahora sí, me entregaré a ellos sin reservas. Cerrando alma y corazón al miedo, me dejaré arrastrar por su promesa de libertad... 

Eso sí, sin olvidarme de las rodilleras nunca más.