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Café



Sus labios sabían a café.

Siempre que le besaba,
que nuestros cuerpos se encontraban
—a escondidas. Robándole instantes furtivos a las horas de oficina—,
en la austeridad de paredes metálicas
frías como mis manos a su contacto,
su aliento tibio con aroma de café le devolvía el sentido
a mi existencia extraviada en el laberinto de horarios,
esquelas y planillas;
de libros contables olorosos a papel pasado.

En esta tarde de déjà vu,
sus besos del sabor del café han regresado intempestivos,
tan diferentes e indiferentes a mis sentimientos,
a lo que fuimos, 
a mis anhelos del pasado
—yo le anhelaba a él… él anhelaba a alguien más—.

En el invierno naciente una década después,
con el vapor ascendiendo del hervidor 
y la taza paciente esperando la segunda ronda de café,
entre papeles diferentes e inventarios en Excel,
mi recuerdo trae al presente sus besos…
su aliento oloroso a dulce café pasado.

Ausente de sentimientos.
Sin resentimientos.

Irrupción de fantasía en horario de oficina.
Invasión a la realidad.

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