Buscar en este blog

TDM


La depresión es como un monstruo grande y oscuro, tan oscuro como la nada. 


Alto, ancho, denso. 

Una masa compacta de oscuridad que se interpone entre mi cuerpo y un día luminoso. 
Una masa de frío que se interpone entre mi cuerpo helado y la tibieza agradable de un día soleado. 
Es como angustia que duele en la garganta, en los ojos... que escuece.
Como parásito carcomiendo poco a poco mi cerebro. 
Como presión molesta en el pecho sin ningún sentido en un instante de tranquilidad. 
El pensamiento negativo cuando las cosas van saliendo bien. 

Mi depresión es como el monstruo debajo de mi cama... y no se cómo escapar de él. 
Es parálisis mientras duermo. 
Ese ser alargado y deforme de los sueños, es el hombre de cabello ondulado y sin rostro que me perseguía por el parque de mi casa en mis pesadillas infantiles... ¡Era él! Siempre fue él.


Ahora lo entiendo. 

Aquel hombre sin rostro era la depresión visitándome temprana, llegando a cobrarse mi vida, pero entonces yo no lo sabía, y entonces huía... siempre huía. Inconscientemente, mi existencia inocente sabía por qué. 
Pero en algún momento... no se cuándo, ni cómo, me alcanzó. 

Ahora vive conmigo... en mí; e intenta alimentarse de las cosas buenas de mi vida, chupar mi energía... dejarme sin nada. 
Aún no he encontrado el modo de detenerlo.

O quizá sí... 


A lo lejos, puedo ver un atisbo de luz.  

A Max: Oscuridad.




Querido Max, 

La vida a veces pasa lenta, muy lenta; y otras, tan vertiginosa y rápida que resulta casi imposible seguirle el paso.

Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que tu recuerdo vivo estuvo en mi mente, que visitaste mis sueños y mantuvimos una charla. Ha pasado tanto desde la última vez que te escribí una carta que ahora, mientras te escribo, siento como si volvieras de un larguísimo viaje y yo, inundada, fuera como una represa a punto de colapsar, de rendirse ante la fuerza de sus aguas, su ímpetu... su oscuridad. ¡Oh Max!, ha pasado tanto, tanto tiempo…

He ganado y he perdido tanto, he descubierto tanto que, ahora mismo, mientras mi pulso y mis músculos protestan por el esfuerzo y me gritan que pare, siento que si empiezo no llegaré nunca al final. Si empiezo, querido mío, no podré detenerme, y el torrente de mis sombras lo inundará todo… y yo tengo el corazón tan cansado; los sentimientos y los pensamientos tan agotados. La extenuación por tanto y tanto descubrimiento me ha dejado vacía…
Impertérrita. 
Vegetal. 

En este punto de la vida en que camino a tientas en la oscuridad, sin Norte… solo sé que necesito avanzar sin pensar demasiado en el miedo o el dolor. Aunque sean mareantes, acuciantes y me provoquen arcadas, necesito avanzar hasta encontrar la claridad.
¿Dónde está la claridad?
¿En qué sitio se encuentra ese punto de luz que me conducirá hasta la salida de este pantanoso periodo de confusión?

Max querido… querido, querido. Te pediría que vuelvas a ser mi guía, mi estrella polar en este camino de oscuridad, pero no me siento capaz; soy consciente de que ya me has dado demasiado en estos años, y mi corazón ya ha entendido que fue bueno dejarte marchar. Pero aun así, cuando la irracionalidad de mi razón piensa en el último instante en que se sintió segura te recuerda, y me obliga a volver a ti.  

*

Tú que sigues estando más cerca de Dios, 
que tu luz brilla imperecedera y no has sido consumido 
—como yo—
 por las oscuridades de tu alma humana.
Por favor, pídele por mí.


En silencio, 
durante tus intenciones del día por las miles de almas anónimas, 
—perdidas— 
porque, como ellas, mi alma esta perdida.
Perdida en su propia oscuridad. 
Por favor, pídele por mí. 

Vuelve a ser, aunque inconsciente, mi Virgilio. 
Quien guíe mi alma perdida 
en este dantesco bosque de terrores e incertidumbres, 
sumido en la más profunda oscuridad. 

*

Aunque mis recuerdos no te evoquen con la misma fuerza del pasado, vives en mi corazón. 

Tuya siempre, 
Rosali.