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Max


Otra vez quedamos solo tú y yo.
Yo, contigo. Tú, en mis pensamientos.

Una vez más me doy cuenta de que no me queda más que tu recuerdo, tu presencia invisible confortándome en los momentos en que la desilusión me golpea fuerte, cuando la realidad me hace tristemente consciente de que no me tengo más que a mí misma. Solo yo de cara al mundo…

En vano me engaño, querido Max, no cuento con nadie más que conmigo misma para los instantes decisivos. Para los momentos en que responsabilidades, soledades y realidades se asientan con fuerza sobre mis hombros, clavándome los pies sobre la tierra, contracturando mi espalda ya contracturada; tensando mis músculos hasta oírme rabiar, mi sangre hasta que, a gritos, empuja dolorosa contra mis globos oculares dejándome exhausta, al borde de las lágrimas. 
¡Pero qué cruel me parece a veces! Qué injusto me sabe mi propio destino…

Yo sola debería de bastarme, yo sola… pero no quiero tener que enfrentarme al mundo si no te llevo conmigo, si no tomas mi mano entre las tuyas y me guía tu espíritu por el sendero que caminan mis pies; si no alumbras con tu luz mis pasos sumidos en oscuridad.

Yo sola debería bastarme pero, por momentos, tantos sentimientos no me caben en el cuerpo y me rebalso… me vuelo en mil pedazos. Me siento tan ida, tan impersonal, tan nada. Pierdo la brújula y no sé cómo volverme a encontrar. Pero ahí estas tú, y yo vuelvo a ti una y otra vez.
Y hoy, más que nunca, vuelvo a preguntarme qué será de ti, hoy que siento el peso de la responsabilidad, la certeza de mi soledad. Que siento el vacío de tantas presencias en mi vida.

Yo sola debería bastarme, pero no me basto... y entonces, como cada vez que experimento el desamparo de la realidad, regreso a ti.

Me haces falta en este día de diciembre, me haces falta siempre.



Movimiento de Traslación



El año nos deja. Lentamente, pero decidido, el 2019 va llegando a su final.

Y yo, —como tú, como el resto del mundo—, mientras más cerca  me siento del final, más me lleno de reminiscencias. Me vuelvo para contemplar el camino andado y cientos de imágenes, momentos recuerdos, vienen a mi encuentro…  y pienso en todo lo vivido, en lo ganado y lo perdido, en todo lo aprendido.

La vida es como una carrera de vallas. El día 1 del 365 todos estamos congregados en el punto de partida: pletóricos, llenos de energía; ideando las mejores estrategias para esquivar las vallas, cumplir cada propósito en el mejor tiempo, con las esperanzas puestas en alcanzar la meta y así, sumar a nuestra lista un año más. 
Sin embargo, en el proceso, cada quien llega al término a su manera: unos entumecidos y lesionados, extenuados… otros no tanto; incluso, hay quienes ni siquiera consiguen llegar, detenidos definitivamente en un tiempo eterno por alguna valla que no consiguieron salvar. Y entonces, los que quedamos, sea que estemos muy enteros o en pedazos, nos miramos con ese sentido de solidaridad y a la vez de culposo alivio, como pensando que qué suerte, por lo menos no fuimos nosotros los rezagados. 
Maltrechos, pero de que llegamos, llegamos. 

Y así… al completar en el día 365 la vuelta completa al Sol, nos preparamos, una vez más, para volver a empezar. Con la misma esperanza y sin ninguna certeza de llegar hasta el final de la carrera… ¿Quién sabe? La vida es así. Somos finitos y nadie conoce nuestro tiempo de caducidad, nuestra hora final. Pero seguimos. Estamos —aquí estoy— dispuestos a atravesar, por grado o fuerza, una nueva carrera de vallas en pos de llegar hasta la meta para, una vez más, volver a empezar. Partícipes involuntarios de un tiempo eternamente cíclico. 
Aquí estamos, con nuestras pequeñas y grandes esperanzas. Listos para echarnos la mochila a la espalda y continuar.

¿Qué he sido yo en este tiempo, en este año?
Muy cerca del 365 de mi vuelta 29 alrededor del Sol, lo analizo todavía…