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Abril


11/04/2019

Es jueves.

Hoy estoy usando la misma chompa crema con pequeños puntos de colores y formas geométricas en morado y blanco que compré, hace dos años, para nuestra primera cita. Recuerdo perfectamente ese día... estaba nerviosa y emocionada; temerosa de que, tal vez, en último momento te echaras para atrás y cancelaras nuestra salida.
Sin embargo, no fue así, y esa salida quedó, en los anales de mi vida, como una de las más felices... emocionantes y dulces de mis entonces 27 años.

¿Por qué lo estoy recordando ahora? No tengo idea... pero es que, desde la mañana, mientras me cambiaba para ir al trabajo, al vérmela puesta, estuve pensando insistentemente en ese recuerdo y en que, cuando las obligaciones del día me lo permitieran, lo escribiría.

Cuán diferente era mi vida entonces, hace dos años.
Los inolvidables meses que pasamos siguen viniendo a mi mente recurrentemente, más aún en los últimos días, ahora que vuelvo a tener como única compañera a la soledad; que he podido guiar mis pasos solitarios a las mismas calles de antes... ¡Cuán diferente me siento de entonces!
Aquellos días, mi yo de ese tiempo, se siente tan ajeno a mí, tan lejano a lo que soy ahora...
Supongo que avanzar está bien; cambiar y madurar como personas también, eso es claro. Sin embargo, muy a pesar de mis certezas, en esta etapa de media luz y media oscuridad, anhelo esos momentos, esos tiempos del filosofado.

De la biblioteca y su jardín tras sus puertas de vidrio.
La tranquilidad de sus tardes.
Yo, escuchando la radio, cantando a media voz -aunque con el corazón explotándome en el pecho- alguna canción que me tocaba el alma mientras trabajaba.
La cocinera y sus refrescos por la tarde.
La sonrisa del querido portero... su amabilidad.
Max. Mi querido Max y sus apariciones intempestivas para preguntar qué tal el trabajo de la biblioteca.
Los chicos saliendo a sus clases en bicicleta.
Max, de nuevo, saliendo a clases también en bicicleta... su suéter curioso con figuras geométricas.
Los chicos llegando a trompicones, estacionando sus bicicletas para ir a sus habitaciones.
Los cantos suaves a las seis.
El aroma almizclado del jabón líquido del baño del primer piso.
Las plantas trepadoras fuera de la ventana de la cocina.
El sonido de la alarma y su luz roja al abrirse la puerta que daba a la calle.
El fresco de las tardes.
Su silencio y absoluta oscuridad al caer la noche.
Y así podría seguir... pero mejor no hacerlo.

Mejor, una canción para cerrar este recuerdo...