El año nos deja. Lentamente, pero decidido, el 2019 va llegando a su final.
Y yo, —como tú, como el resto del mundo—, mientras más cerca me siento del final, más me lleno de reminiscencias. Me vuelvo para contemplar el camino andado y cientos de imágenes, momentos recuerdos, vienen a mi encuentro… y pienso en todo lo vivido, en lo ganado y lo perdido, en todo lo aprendido.
La vida es como una carrera de vallas. El día 1 del 365 todos estamos congregados en el punto de partida: pletóricos, llenos de energía; ideando las mejores estrategias para esquivar las vallas, cumplir cada propósito en el mejor tiempo, con las esperanzas puestas en alcanzar la meta y así, sumar a nuestra lista un año más.
Sin embargo, en el proceso, cada quien llega al término a su manera: unos entumecidos y lesionados, extenuados… otros no tanto; incluso, hay quienes ni siquiera consiguen llegar, detenidos definitivamente en un tiempo eterno por alguna valla que no consiguieron salvar. Y entonces, los que quedamos, sea que estemos muy enteros o en pedazos, nos miramos con ese sentido de solidaridad y a la vez de culposo alivio, como pensando que qué suerte, por lo menos no fuimos nosotros los rezagados.
Maltrechos, pero de que llegamos, llegamos.
Aquí estamos, con nuestras pequeñas y grandes esperanzas. Listos para echarnos la mochila a la espalda y continuar.
¿Qué he sido yo en este tiempo, en este año?
Muy cerca del 365 de mi vuelta 29 alrededor del Sol, lo analizo todavía…
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