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Ventana...

Ayer pasé por tu calle y, sin buscar una razón aparente, dirigí la mirada hacia la que alguna vez fue tu ventana… la ventana en la que te vi después de mucho tiempo; un ligero asomo por el resquicio de tu vida en el espacio que alguna vez compartiste con los demás.

Entraba a borbotones la luz medio encendida, medio grisácea de este extraño julio de invierno… ¡y luces! Pequeños bombillos de luz cálida como tu corazón, como todo tú, tu forma de ser… ¡Oh, Max! ¿Qué es lo que haces ahora, que vives tan cerca y a la vez tan lejos de mí, ahora que te encuentro de vez en cuando, en tus fotos en la red o alguno de tus escritos?… incluso, a veces, la nostalgia me hace regresar a noticias del pasado para buscar entre ellas tus ojos furtivos en alguna foto grupal, tu sonrisa… la satisfacción por una vida bien vivida.

No imaginas cuánto desearía poder sentirme cerca de ti de nuevo, de tu aura de paz contagiosa… pero ha pasado tanto y somos tan diferentes de lo que fuimos entonces. Tú, mejor; yo… quizás también, aunque magullada, desmadejada, rota por todos mis vértices, por alguno de mis ángulos.

Ayer, ante la despedida de la tarde, con los primeros luceros de la noche, mis plantas cansadas me llevaron nuevamente a la misma acera frente a tu ventana y, evocando los recuerdos desgastados de una época en la que aún era capaz de sentir, te vi, igual que antes.
La tonada de bajo de mi alma inflamada por tantas y tantas pruebas de fuego se encontró con la dulce y silenciosa melodía de tu corazón, de la claridad de tus ojos concentrados en la lectura del día. Quizá en una novela que, como tú, yo haya descubierto en algún instante de mi vida.