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Herencia transgeneracional


El cuerpo de los hijos grita lo que los padres callan
Mi cuerpo grita de dolor cada cierto tiempo. 
Después de todos estos años e incontables tratamientos, especialistas, exámenes, operaciones, medicamentos –convencionales y alternativos–, mi útero sigue gritando por un dolor aún sin diagnóstico. 

Sentir dolor es triste, mordiente... es casi como sentir hambre (hambre de verdad), o miedo. 

Alguna vez, alguien me dijo que, quizá, la respuesta esté en mí misma, en mi familia; en la historia de mis padres, abuelos, bisabuelos. En los sucesos que conozco y no conozco del todo de mi árbol familiar.

¿Es posible? 

Los años me han llevado a creer que sí. Y mis pasos me llevan, otra vez, al camino de buscar.
No sé lo que vaya a encontrarme; admito que siento algo de miedo, pero más fuerte es mi curiosidad, mi sed de respuestas. Tal vez, ahora sí, sea posible sanar. 

Mientras tanto le digo a mi cuerpo, a mi útero enfermo: "Aguanta, aguanta. No se te ha dado más de lo que puedas cargar". 

A Max: Cuarentena



Querido Max, 
La cuarentena y yo somos pésimas compañeras. 

El encierro, mi soledad y la falta de oxígeno son pasto de las llamas en las que habitan mis demonios, inundan con su luz cegadora los recovecos donde se esconden mis terrores más abyectos; la ansiedad que despierta del sueño conjurado por el agua de las flores de azahar. Su oscuridad me alcanza... y no me queda más que moverme a tientas, como un ciego; inmersa en un vacío angustiante hasta que vienes a mi encuentro y me tiendes tu mano.

Querido mío... mi soledad necesita del sonido de tu voz entonando la canción del silencio. Te añora sin haberte poseído. 
¿Cómo es que siento, sin haberla vivido jamás, la experiencia de mis dedos sobre tu piel?
¿Cómo es posible que tenga grabada en mi boca la presión de los besos que no hemos compartido?
¿Cómo es posible, parte de mi alma, que te sienta en las pulsaciones de mi propia sangre?
¿Cómo es que he creado memoria de tus te quiero sin que los hayan escuchado mis oídos?

Erosionaste, como agua milenaria sobre roca, las superficies de mi seco corazón; se encontraron nuestras almas. 
Vi tu sonrisa, el brillo en tus ojos... la luz que irradiabas habló más fuerte que cualquier palabra: me dijo que eras feliz. 
 
Ven y arrúllame, que la noche cae, y con ella mi esperanza. 
Las sombras me acechan una vez más...