Buscar en este blog

Déjà vu





Dos de los mejores sentimientos que he experimentado sucedieron en invierno. 
Y como una extraña manera de demostrarme que el tiempo es cíclico, que todo se repite en diferentes espacios de tiempo y personas; ambos se fueron de mi vida al final de la estación. Dos inviernos consecutivos. 
El uno llevándose más que el otro; uno dejando más miel, el otro más hiel.

Mi vida ha sido un déjà vu; un interminable torbellino de cambios. De abrir y cerrar ciclos. De revivir con llegadas inesperadas y despedidas en la misma medida. Aceptación constante e ininterrumpida. Tanto así que me ha faltado tiempo para las bocanadas de aire, para recuperar el aliento antes de volver a sumergirme en el mar de acontecimientos; en un crónico estado de sorpresa (no siempre para bien). 
Y así… en vilo también, me ha esculpido de una forma en que solo había soñado que lo haría.
Me ha puesto a prueba definitiva y ha formado mi cuerpo —y en vías de mejora— y mi carácter al de la mujer que realmente espero ser de aquí hasta el día que mi vida enfríe con la muerte.

Fuerte.
Que sabe lo que se merece de la vida y lo que quiere para sí. No más, no menos. Sino lo estrictamente necesario para sentirse realizada y completa.
Una romántica —aunque desahuciada—  con plena consciencia de que no han de lapidarla por su deseo.
Un pequeño guijarro que, en su insignificancia, pueda cambiar con su vida la vida de alguien más.
Una existencia toda de manos, pies y corazón en pos de hacer del mundo un lugar mejor.
Un alma de sangre y de fuego.

Oruga convertida en mariposa.

Plena. (*...aun cuando siga recolectando mis pedazos desperdigados por el campo de batalla.)



Día 76.


Querido (o no tan querido) tú,

Esto es raro… estoy haciendo algo que no me había imaginado hacer ni en los próximos mil años. Estoy escribiéndote una carta aun cuando todavía formas parte de mi vida, de mi día a día, con el riesgo a que quizá mientras yo te escribo, tú aparezcas en cualquier momento por la puerta para ponerme al tanto sobre algo o pedir alguna cosa, algún pendiente (por que ahora tus apariciones se limitan a eso) y yo no sabré donde ocultarme para no morir de la vergüenza, para no enrojecer y evidenciar de esa forma que algo me traía entre manos, aunque tú no tuvieras ni idea de lo que se trata.

Todo ha sido tan rápido —como cuando nos conocimos— todo ha sucedido tan intempestivamente y ha sido tan asquerosamente cruel (al menos para mí) que siento mucha rabia con el mundo, por la injusticia con que me lleva tratando la vida; por querer hacer y decir tantas cosas y al final tener que callar, conformarme con la inamovilidad por no saber cuál será tu reacción ante mi ímpetu, frente a la descarnada confesión salida de mis labios en carne viva que pueda alejarte definitivamente de mi. ¡Oh! No tienes ni idea de lo frustrante que se vuelve todo esto.

Nunca había experimentado esta sensación de amor-odio hacia una persona. Ese deseo de tener cerca y a la vez lejos; de querer comer a besos y querer infligir sufrimiento… de implorar que nunca me deje y que desaparezca de mi vida para siempre. Nunca había sentido esta desesperación de entre deseo e incertidumbre, alegría y coraje; expectativa y pasión furiosa… y entonces apareciste tú, en un momento decisivo de mi vida y fue providencial y extraño y doloroso ese desear desde la primera vez. Te metiste en cada poro de mi piel, en cada partícula de mi cuerpo, te asentaste en cada rincón de mi mente…. Me reviviste.

Me salvaste aunque nunca llegué a confesártelo y ya no estoy segura de quererlo hacer en un próximo futuro. Ahora mismo todo es tan incierto. Una a una las certezas se me han ido escurriendo entre los dedos y me he quedado vacía… sin nada.  Dime qué es lo que sigue ahora… ¿qué he de hacer?
¿Debo seguir luchando conmigo misma, con el frenético impulso de querer estar cerca de ti aun cuando la nada es la única posibilidad? ¿Qué has hecho conmigo, qué extraño hechizo has ejercido sobre mí para hacerme perder el juicio y ser todo deseo cuando pienso en ti?
Más aun —pequeño traidor— porque no te decides a tenerme pero no me quieres lejos… no me dejas poner distancia entre los dos. No te imaginas la infinidad de veces que, aun deseándote, te he maldecido en mi angustia. Como ahora, aunque hayas sido la causa de mi ruina y te hayas distanciado una vez más(¿definitivamente?) te sigo queriendo. Sigo deseando fundirme en un beso. ¡Sólo un beso! Uno en que pueda transmitirte todo mi dolor, incertidumbre, deseo y pasión… hacerte sentir este fuego que me abrasa por dentro.

Ojalá pudiera saber lo que piensas, sería tan sencillo comprenderte si supiera lo que hay en tu cabeza, mi dulce tormento. No sé por cuánto más podré mantener mi careta de tranquilidad si por dentro soy un volcán a punto de hacer erupción, una bomba en sus últimos sesenta segundos… no sé que he de hacer. Si mi liberación será motivo de gloria o desastre, si al final de la carrera mi premio será tenerte o mi castigo que estés definitivamente fuera de mi vida.
¿Qué ha de pasar mañana? Quiero y no quiero saberlo… no me queda nada más que esperar.

Esperar.

Aunque cada minuto transcurrido sea una nueva fuente de angustia y cada golpe de mi corazón el palpitar doloroso de tu recuerdo en mis venas, ardiendo con mi sangre.
¿Qué has hecho de mí? ¿Alguna vez podré plantearte esa pregunta mirándote a los ojos, transportada por la sensación de estar entre tus brazos. Sucederá algún día?

Mi razón dice que no.
Mi corazón anhela que sí.
Mi humanidad —la diosa voluptuosa que habita en mi— me susurra que no puede esperar.
Mi ser entero es una completa contradicción de voces, sensaciones, estremecimientos y poca voluntad.
Esto es lo que has hecho de mí.

Te odio por eso…. Y te quiero.
Te odio pero te quiero, maldito ciego, tonto… mil veces tonto.

Tonto, tonto, tonto.