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La depresión es como un monstruo grande y oscuro, tan oscuro como la nada. 


Alto, ancho, denso. 

Una masa compacta de oscuridad que se interpone entre mi cuerpo y un día luminoso. 
Una masa de frío que se interpone entre mi cuerpo helado y la tibieza agradable de un día soleado. 
Es como angustia que duele en la garganta, en los ojos... que escuece.
Como parásito carcomiendo poco a poco mi cerebro. 
Como presión molesta en el pecho sin ningún sentido en un instante de tranquilidad. 
El pensamiento negativo cuando las cosas van saliendo bien. 

Mi depresión es como el monstruo debajo de mi cama... y no se cómo escapar de él. 
Es parálisis mientras duermo. 
Ese ser alargado y deforme de los sueños, es el hombre de cabello ondulado y sin rostro que me perseguía por el parque de mi casa en mis pesadillas infantiles... ¡Era él! Siempre fue él.


Ahora lo entiendo. 

Aquel hombre sin rostro era la depresión visitándome temprana, llegando a cobrarse mi vida, pero entonces yo no lo sabía, y entonces huía... siempre huía. Inconscientemente, mi existencia inocente sabía por qué. 
Pero en algún momento... no se cuándo, ni cómo, me alcanzó. 

Ahora vive conmigo... en mí; e intenta alimentarse de las cosas buenas de mi vida, chupar mi energía... dejarme sin nada. 
Aún no he encontrado el modo de detenerlo.

O quizá sí... 


A lo lejos, puedo ver un atisbo de luz.  

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