Buscar en este blog

A Max: Te digo adiós.


Te digo adiós, y quizá es esta la decisión más fácil —o difícil— que he tenido que tomar en los últimos días. 
Te digo adiós sin certeza de que sea definitivo.
Te digo adiós porque en este instante es lo que me dicta el corazón. 
Aunque quizá más tarde, o mañana, me arrepienta de esta despedida y mi imaginación desesperada corra el camino de regreso a tus brazos. 

Te digo adiós, mi querido Max, porque es ésta consecuencia inevitable de la historia entre tú y yo.
Porque la vida es un vaivén de despedidas y bienvenidas, de personas que entran y salen a cada instante, 
pero siempre en el momento exacto: y tú entraste, obraste tu milagro salvándome de mi oscuridad y luego, fiel a tu naturaleza angelical, regresaste al cobijo de tu gran amor. 

Tu Dios. 
Mi Dios. 
Nuestro Dios. 

Entonces he pensado que, quizá a través de mi fe, amándole a Él, pueda amarte a ti también... conservarte en una edad eterna, en lo más recóndito de mi alma inquieta —hambrienta de eternidad y libertad— y guardarte siempre conmigo, mi amor querido. 

Seguiste tu destino como yo sigo ahora sin ti, pero me tienes para siempre. 
Aunque el reloj corra, las personas se sucedan unas a otras, el amor llegue y se quede… el tiempo siga siendo imperturbable, tuya es mi alma para siempre. 

Siempre.  

Resiliente

Hoy no sé exactamente qué escribir. Solo sé que tengo ganas de escribir, de externar.
Y de repente me encuentro aquí, escribiendo, buscando de esta forma aliviar una inquietud interna a la que no consigo darle un nombre definido. 

¿Soy realmente tan fuerte como dicen que soy? ¿Existe realmente en mi toda esa grandeza, esa fuerza interna que todos, salvo yo, parecen ver?
Hay días en que creo que sí. Otros, la mayor parte del tiempo (salvo en repentinos e intempestivos arranques de inspiración), en que siento muchísimo miedo; en los que me siento como dentro de un pozo tan profundo que apenas puedo distinguir el pequeño haz de luz que marca su fin, su camino al exterior. Días en que me siento tan ahogada... Veces en que siento que el camino a esa luz es tan largo; que va a pasar mucho, mucho tiempo antes de que pueda salir. 
Días en que la soledad me cala hasta los huesos y no sé qué hacer, cuál es el siguiente paso. 

"¿Por qué te confundes y te agitas ante los problemas de la vida?", me dice una voz, una presencia invisible —tranquilizadora— a la que yo le pongo el rostro de mi fe, la sonrisa de Jesús. ¿Está realmente conmigo en esos instantes?, ¿me abraza como a la niña en la estampita con la oración a la que yo me aferro en los momentos más abyectos de mi desesperación? 

Sé que mis angustias no reflejan lo peor del mundo, hay muchos que la viven peor, y yo debo ser agradecida con mi suerte y siempre consciente de ello pero, ¿cómo a veces? A veces simplemente no se puede; y me angustio, y lloro... y grito internamente, me clavo los dientes en la carne del puño apretado para silenciar así el dolor, controlar las taquicardias... 
Respirar, alcanzar la calma y una vez más recuperar mi autocontrol.

Por mí. 
Por los que quiero. 
Por conservar el orden en mi vida.  
Seguir... ser fuerte. 
¡Pero qué titánica resulta esa tarea a veces!

Qué ironía de la existencia humana, que siendo solo de hueso y carne, tengamos que hacer como si estuviésemos hechos de hierro. 
Irrompibles e insusceptibles. 
Resilientes. 

*
Estos parecen ser tiempos difíciles, aunque todo se sienta en calma. 
Incluso mi forma de escribir.