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¿Te imaginabas así hace diez años?

La edad es un número y he escuchado hasta el cansancio a gente mayor repetirme que todavía estoy demasiado joven para sentirme y tener pensamientos tan de vieja; para mirar ciertos aspectos de la vida con el pesimismo propio que los años y las experiencias vividas. Pero yo no los escucho.

Y es que en este último año, consciente de lo rápido que se me está pasando el tiempo, no sé por qué, se me ha dado por mirar hacia mi yo del pasado con insistencia y preguntarme (y preguntar a las personas más cercanas a mí, a las que más quiero) si así como son ahora es como se veían en diez años. Si es que se imaginaban en el futuro de la forma en la que son ahora. Las respuestas han sido variadas, desde muy positivas hasta muy negativas; aunque a la larga creo que ninguno está tan decepcionado de sí mismo como para decir que odia su versión actual.

Personalmente, admito sin vergüenza que no soy la mujer que imaginé que sería hace diez años.
Me habría gustado ser más segura, más exitosa; más madura… mucho más de lo que soy. Sin embargo, y aunque aquella pregunta me siga rondando insistentemente una y otra vez, hace un tiempo una de esas personas que llegan de paso a la vida de uno, para dejar algún tipo de enseñanza, me  recomendó insistentemente leer un libro que, al final, me enseñó que los aciertos y desaciertos cometidos por mi inexperto yo del pasado no deben ser juzgados con la dureza de mi yo de casi 29 años porque, en su momento —diez, nueve, ocho años antes—, las decisiones que ahora me parecen equivocadas, estúpidas o demasiado ingenuas le parecieron correctas a mi yo más joven, más inexperto, y fue el cúmulo de todas esas decisiones las que formaron a mi imperfecto yo del presente, el mismo que escribe en este momento.
Tengo que hacerlo por respeto y confianza a mí misma.

Sé que no soy la mujer, hija, hermana, amiga que todos esperan que sea. Me falta muchísimo para ser el ideal que el mundo espera de mí, quizá nunca llegue a serlo. Pero independientemente de lo que el universo espere de mí  —de nosotros—, lo que importa es que, al cerrar los ojos al final del día, de la vida, sea tu yo el que sienta que, al final, siempre fue y dio todo lo que, en medio de toda su imperfección, fue capaz de dar.
Así que ya sabes: no te maltrates. Deja de juzgarte. Deja de cuestionarte cada día (consciente o inconscientemente) el por qué no hiciste tal o cual cosa de otra manera. Tu yo en ese momento lo hizo así porque lo consideró correcto y punto. Déjalo descansar y descansa tú también. Reconcíliate con todos tus yo e intenta ser feliz.

Es la forma más efectiva de no enloquecer. De encontrar paz en este mundo lleno de caos.