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Nos va dejando el año...

Se acaba el 2017 e imagino que no es una sensación completamente mía. Eso de sentir que, con el último mes del año, todo lo que hiciste, no hiciste y podrías haber hecho mejor de lo que hiciste se te viene a la memoria. Voy soltando los recuerdos y pienso en todas las personas que se han quedado en el camino; que me gustaría haber conservado pero si no ha sido me quedo con un  “ni modo”; quizá como todo, también habían cumplido su ciclo en mi libro personal.
Para bien o para mal, he ganado mucho y sobrevivido, y espero haber aprendido lo suficiente para ser una versión de mí mucho más sabia para el año siguiente, y el subsiguiente y subsiguiente.

Ya sé que aun no se termina; pero mi corazón ha desbordado en estos días… y ahora, medio vacío, solo quiere llenarse de esperanza.
Vamos a ver si para el cierre encuentra algo más inspirador que decir. 



Filosofado

Es fascinante la forma en la que la música puede trasladarte al pasado y hacerte sentir de forma casi fisica aromas, sabores, recuerdos…

Esta noche de suspenso, sentada en mi escritorio al cuidado de la biblioteca casi vacía y silenciosa; he recordado los atardeceres en otra biblioteca mucho más pequeña, menos fría, en la paladeé el dulce sabor de la tranquilidad. Donde me era tan sencillo abandonar por unas horas mis preocupaciones antes antes de entrar.  Con su higuera dominando el pequeño jardín visible a través de sus puertas de cristal, y que podía contemplar entre pausas… donde era tan fácil cantar. Donde las horas de trabajo eran casi un descanso.

¿Qué será de aquel lugar?

Seguramente no ha de haber cambiado desde la última vez que lo pisé, y la vida sigue su curso dentro de sus muros… seguramente esta ahí, aguardando expectante con toda su paz, para cambiarle la vida a alguien más.

¿Volveré?

Al menos en esta vida, es probable no.


Despedida invernal


Como las secas hojas que se lleva el viento
se marchó sin dejar rastro ni un por qué.
Así lo decidió.  
y atrás yo me quedé.  

¿Qué sigue ahora, mujer? 

Caminar (¡valiente!) sin mirar atrás... 
aun con las manos vacías, seguir avanzando. 

     ✽
                                                                             
Resultado de imagen para ella dijo que se llevaria todo


Madre naturaleza


Tengo ansias de infinito.
Hambre del cielo, de la lluvia y de los rayos del Sol.
Del aire puro de las montañas y la exuberancia de la naturaleza. 
Del sabor a flores silvestres y sueños dulces como miel de abejas.

Tengo ansias de existencia verdadera. 
Y que cada exhalación de mis pulmones 
se convierta en el grito huracanado que traiga 
esperanza y transformación.

Tengo ansias de no ser. 
De extinguirme. 
Dar vida con mi vida.
Y que cada partícula de mi ser se transforme en arroyo y humedal.
En desierto y oasis. 
En agua y sal.

Tengo ansias de fundirme con la Tierra entera, 
de ser vida.
 Madre naturaleza. 

Quizá entonces pueda sentir la utilidad de mi existencia.  

"Pienso en las noches como esta que no se me permitirán vivir"

«Pienso en las noches como ésta que no se me permitirán vivir»

La primera vez que leí La joven de las naranjas de Jostein Gaarder, esa frase quedó profundamente arraigada en mi subconsciente de quince años. No hace mucho tiempo, picada por la nostalgia, volví a encontrarme con ese libro y al leerlo, ahora con mayor apertura y la madurez que solo pueden darte los años, me puse a pensar, precisamente en el miedo que siento de la muerte. Llegará un día —en un tiempo muy cercano o muy lejano—, una noche en que yo o alguna persona amada cerrará los ojos para siempre y no se le permitirá vivir un día siguiente. 
Amanecerá un día sin que yo exista en él. Y la certeza de esa verdad me provoca una aprehensión muy contraria a lo que muchas veces he asegurado en el pasado, cuando se me preguntaba si temía el día de mi muerte.

¿Tengo miedo a morir?

Por supuesto. Siento mucho miedo. Tengo miedo de pensar en todas las calles, el cielo, las personas, el ruido de la ciudad y la naturaleza que ahora contemplan mis ojos vivos y que un día no volveré a ver más; y de que todas esas calles, ruidos, naturaleza y personas seguirán viviendo sin percatarse de que mi vida falta en ella. Pienso en días como ese y de mi pecho florece una tristeza grande, profunda…


No se cuánto tiempo me quede por vivir, ni si conseguiré dejar resueltos en vida todos los asuntos que tengo pendientes, pero si hay algo que me da cierto consuelo es el pensar en que llegado el instante que mi existencia deje de estar en este enrevesado mundo de calles, personas, historias, ruidos, belleza y caos, alguien —en algún lugar, por una milésima de recuerdo, en un instante robado al tiempo— me recordará. En que algo de lo que fui dejará su huella en el mundo.

 Siquiera las pocas letras que he escrito, escribo y seguiré escribiendo con el último soplo que me quede de vida pensando, hoy más que nunca, en noches (días) como este que no se me permitirá existir.


15 minutos


Comienza como un cólico cualquiera.

Avanza silencioso, lento, casi tímido -como depredador al acecho de la presa que ignora estar siendo observada-… y acaba con todo rastro de equilibrio, incluso con aquel que intenta tontamente convencerte de que si te concentras lo suficiente no lo sentirás.
Intentas prepararte, pero inconscientemente sabes que no hay nada que pueda prepararte lo intenso, amenazante y doloroso que está a punto de llegar.

Se va acercando… está cada vez más cerca.
Estás apenas en el principio de la montaña rusa y todos tus temores se hacen realidad.

Llega el dolor. Va ascendiendo cual enredadera por cada fibra, nervio y partícula viva de tu cuerpo -de adentro hacia afuera-, cual guijarro alterando la superficie de una fuente de agua en círculos concéntricos.
Va rompiendo todo a su paso, te llega a las entrañas.
Trepa por tu vientre, te oprime los músculos, las fuerzas... lo que te queda de valentía. Amordaza tu respiración y te vuelve vulnerable. Te despoja de tu humanidad para convertirte en un miserable manojo de dolor.
Alcanza su cima y dejas de pensar.

Dolor.
Dolor.
Dolor.

Ves tu vida pasar ante tus ojos nublados por las lágrimas –te vuelves tan miserable que ni siquiera puedes llorar- y te preguntas una vez más cual de todas tus miserias está cobrándose la vida.
Ruegas por un perdón que nunca llega.
Nadie te salvará de esta: Ni tu madre, ni sus compresas, ni las pastillas… ni la inútil esperanza a la que en última instancia te quieres aferrar.
Y en apenas una milésima de racionalidad piensas que la muerte es una tentadora fuente de felicidad. De definitiva tranquilidad.
Incrustado entre los colmillos de tu verdugo, no eres más que una pobre presa que no recibe ni la gracia del mordisco final.

Has llegado al colmo del dolor.
Ahogas un grito y entre tus dientes apretados sientes el sabor metálico de tu sangre.

...
Cuando sientes que ya no puedes más -aunque desesperantemente lento- llega el descenso.

Desciende.
Desciende.
Desciende.
Eres una masa cayendo a un abismo de calma.

Los músculos se te destensan, tu respiración se vuelve a acompasar. Todo a tu alrededor vuelve a cobrar forma.
Los 15 minutos más espantosos de tu vida han llegado a su final.

Una extraña debilidad te reconforta. Te envuelve -ahora sí- en una espiral de lágrimas.
Todo ha terminado.
Existes de nuevo.

Aunque sabes que el dolor regresará, quieres engullirte por un momento en esa paz momentánea... aunque solo sea para mentirte, quieres prepararte para la llegada de otros 15 minutos más
(una vez más).

Mariposa herida

Parte de  mi alma,

Hoy he contemplado las luces de la ciudad –el mundo enmarcado del perímetro de mis 26 años– a través del prisma de tus ojos y por primera vez he experimentado el mismo desamparo que sentiste. Mirando el mundo deformado por la suciedad de los cristales desvencijados del autobús me he preguntado por qué ha debido ser tan grande el precio que la vida me ha cobrado por traerte a la realidad. Por qué ha plagado mi camino con sangre y lágrimas. Por qué no han sido dulces los frutos en la adversidad.
Por qué su saña con mi pobre alma desarmada, como si no fuera yo más que un simple mortal.

Y la pregunta sigue haciendo eco en el penetrante silencio de la madrugada que vivo, martilleando mi globo ocular, arrebatándome el sueño mientras la angustia desgarra impotente mi corazón y el repiqueteo doloroso de cada palabra que escribo desquicia el pulso de mis sienes torturadas con un nuevo absceso de migraña.
¿Qué quiere de mí? ¿Quizá cerciorarse de mi valentía, comprobar la resistencia de mi templanza?

Parte de mi alma, dame una señal.

Deja que encuentre en el azul de tus ojos la respuesta a las preguntas que me condenan a la inexistencia o, si en cambio, he de soportar la tempestad, espérame cuando haya terminado.
Toma mi mano –como hiciste tantas veces en el pasado– y sé mi paliativo en el instante en el que el martirio se hace más doloroso sobre mis hombros.
Sé el sentido que me falta, no dejes que me pierda… sálvame de mis pesadillas.


Despiértame


Revive con tu aliento las mariposas fosilizadas en mi estómago.
Regrésame a la vida con la expectativa de tus labios en los míos,
o el más breve contacto de nuestras manos. 

Revive como la savia al tronco estéril, 
o como el sol con sus suaves besos a las flores dormidas de primavera, 
a este pobre cuerpo y con tu calor mi seco corazón. 
Arranca del letargo mi existencia sin emoción.

Dale vida con tu vida a mi existencia perdida.

Ámame.
Víveme. 
Revíveme.
Despiértame.

'Matt'

Querido Matt,

Te escribo porque me dijeron que podría funcionar.
Que así podría paliar un poco esta enorme sensación de soledad que se ha alojado en mi pecho por no sentirte —como en los últimos años— tan cerca de mí. Como si escribir fuera la cura para no extrañar cuando en realidad resulta ser todo lo contrario, como ahora, que mientras más escribo más aumenta mi nostalgia por ti.

¿Dónde estás? ¿Por qué, en algún instante entre mi estrés y las obligaciones de mis días decidiste dejarme?
¿Por qué cediste al hechizo de mi musa y —junto a mi inspiración— te marchaste en su compañía?
¿Por qué me dejaste?

No puedo continuar si no siento la temperatura de tu sangre acompañando mis pasos solitarios. Si no susurras despacio tu historia en mi oído. Mi mundo se paraliza si no me miras a los ojos a través del azul infinito del cielo, o siento el roce de tus manos cuando me envuelve el viento.
Todo el placer que encontraba en la vida se ha perdido en el tiempo —se ha ido contigo—, dejándome vacía de inspiración, marcada con el ancestralmente triste título de escritora sin gloria y sin letras, sin nada que contar.

¿Dónde estás?
¿Has de volver pronto?

Regresa, Matt. Quédate indefinidamente conmigo.
Dame sentido.










Cambiar el mundo


No sé de qué modo, ni idea de por dónde empezar, pero me gustaría cambiar el mundo.


Estoy cansada de la injusticia del sistema. De presenciar el servilismo idolátrico con el que las clases menores se postran ante las mayores una y mil veces, siempre a sus pies, como si aquellos estuvieran hechos de algo diferente a hueso, carne y sangre.

Estoy cansada de ver como sí hay poder suficiente para hacer el cambio. Recursos suficientes. Pero aquellos en cuyas manos se encuentra el poder de hacer buen uso de los mismos en pro del beneficio colectivo eligen mantenerlo tal y como está por conveniencia a sus intereses.
¿Qué mejor que una sociedad idiotizada en lugar de una que tiene el poder de pensar?

Ver el público desacuerdo de las masas fosilizado bajo una costra de cansancio por que no se tiene otra alternativa. No se puede vivir amotinado eternamente y la vida tiene que volver a su curso normal. Hay que trabajar —porque si no se trabaja no se come—, reconciliar los desacuerdos con la vida diaria y encontrarle el lado amable porque no hay otra opción. ¿Qué más da? El mundo es bonito aunque se esté despedazando como un cuerpo con lepra. Los feos somos nosotros. No importan los hilos manipulados por las élites que lo sacrifican a cambio de construir sus riquezas piedra por piedra con la sangre y las lágrimas de la gente de a pie. No importa, aun se nos puede exprimir un poco más.

Duele —en el alma, en cada latido del corazón— tener tanto por hacer y no tener los medios o el poder de ser escuchado a gran escala. Sin embargo, hay instantes en que creo haber encontrado la forma. Y quiero salir y gritar ¡Eureka!, pero llegado el momento de aplicar me doy cuenta de mi tinte idealista y entonces me encuentro como en el principio y todo se torna descorazonador una vez más.

¿Cómo yo —una pequeña nada en medio de la inmensidad—puede cambiar el mundo? ¿Cómo encausar lo incausable hacia un horizonte mejor?
¿Qué hacer?

Sigo sin saberlo, pero rezo por el día en que mi ¡Eureka! pueda cambiar vidas, encontrar una salida... su propia liberación aunque el precio sea desangrarme en el proceso.

Rezo. Todavía sueño.



(*Sé que hay personas que desde su rincón están logrando aquello con lo que yo todavía sueño, cambiando el mundo así sea a pocos kilómetros a la redonda. Y aunque pueda sonar a contradicción a ellos dedico este post, unido a mi deseo —como el respiro que se toma antes de emprender la más grande de las batallas— de poder unírmeles algún día.)