No sé cómo empezar esta carta. Hace unas horas tenía exactamente pensado lo que te diría pero ahora me siento vacía, un poco aturdida quizá. Triste. Y mi tristeza radica en la ofensa de la que has sido objeto, a la forma tan vil en que se han atrevido a manchar tu recuerdo, comparándote con la persona de cuyo daño me rescataste. Han envilecido el producto más dulce, más grande y más bello que obtuve después de la más grande decepción.
¿Cómo han podido? ¿Cómo puede cohabitar tanta ignorancia, tanta vileza… tanta torpeza en una sola persona?
¡Oh, querido! Aunque nada de lo que el mundo pueda pensar te arrancará jamás de mí, el sabor amargo me ha penetrado hasta el corazón. Ha conseguido manchar la pureza de aquella paz que por tu gracia conseguí. ¿Cómo ha de volver a su estado primigenio?
Sé lo que me dirías: Te reirías y asegurarías que no hay forma más fácil de resolver ese mínimo problema. Me dirías que nadie, por más argumentos de los que venga armado, conseguirá borrar de mi alma aquel que fue el instrumento para darle paz. Que aquello es sólo mío… que ya podía respirar tranquila y dejar pasar aquel suceso como una simple tontería producto de la necedad. Me besarías en la frente y repetirías que mantenga la calma, que el sabor amargo pasará, pero nuestros lazos permanecerán.
En mi mente ya hemos mantenido una larga charla. Mientras mi cuerpo se entregaba al sueño, mi alma ha recorrido calles y parques hasta llegar al filosofado, ha volado por su patio y se ha reencontrado contigo en su biblioteca, se ha vaciado de toda su frustración y te ha pedido perdón por tu recuerdo mancillado. Y me has consolado, has acariciado mi rostro y me has asegurado que nada de lo sucedido ha hecho diferencia; que en realidad durante todo el tiempo en que yo me creía ignorada, tan alejada de ti, has estado pendiente de mis penas, mis avances y mis glorias; has vivido conmigo a través de mis cartas. Siempre has estado y has sido para mí todo lo que yo había soñado. Me has asegurado pertenecerme y compartir mi vida perpetuamente en sueños, no en la realidad, porque así es como tiene que ser. Has tomado mis manos entre las tuyas y en su calor me has hecho prometerte no olvidar jamás este momento, que recuerde siempre que tú estarás y así, entre promesas y certezas le has devuelto a mi alma la paz.
Mi siempre querido Max… como al final aprendemos de todo, también yo he aprendido de este episodio, y ahora entiendo que intentar salvar no es siempre lo más acertado. No sirve gastar un salvavidas en aquel que disfruta de ahogarse o, pero aun, que ignora que se está ahogando.
He aprendido que, aunque no sea lo correcto, a veces es mejor callar. Silencio a cambio de la propia paz.
Te llevo siempre en mi corazón. Tu recuerdo será siempre algo impoluto, sagrado para mí.
Rosali.
A veces las cosas nunca salen como las planeamos. Sin embargo, es loable el acto de querer salvar a quien hizo daño. El amor que das, regresa.
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