Buscar en este blog

Calvario


Querido Max,

Hoy el atardecer está llegando mucho más temprano que en el cenit del verano… se sigue sintiendo algo de sofoco -aire tibio y pegajoso- pero, ya es otoño y, gracias a Dios, la temperatura va disminuyendo poco a poco.

Sentada en mi escritorio, soportando en silencio el dolor de todo el cuerpo y el peso agobiante del corazón, te he pensado en el instante más oscuro de mi soledad; en el que vuelvo a adquirir consciencia de lo insignificante que soy, sin alguien que pueda darme un abrazo, decirme en el momento de mi crisis que todo pasará, que respire hondo y esté tranquila; he tomado aliento y me he rodeado a mí misma en un abrazo, me he dado las palmaditas que tanto necesitaba sentir y poco a poco la calma ha ido regresando, pero el dolor inicial del golpe contra mi propia certeza me ha dejado ausente… triste. 

Hay un dolor físico en el lado de mi pecho donde se inclina el corazón… no tengo más palabras para describir esta sensación; es querer morir aun cuando se lucha por vivir, es sonreír, reír y cantar cuando por dentro pongo en mis lágrimas imaginarias todo el peso de mi alma, mi desolación. Oh Max… han pasado tantos, tantos años que no soy capaz de evocarte como en el pasado, cuando me era suficiente con tu recuerdo; pero ya no basta más el sonido imaginario de tu voz en mi interior diciendo que todo estará bien para consolarme, para recuperar mi estado de gracia… mi tranquilidad. No tengo un salvavidas al cual aferrarme en los días de turbulencia, y me es todavía más placentero pensar en el sueño sin fin. En el descanso que produce la inexistencia del cuerpo físico, de todas sus afecciones… en el fresco sabor de la libertad saciando mis labios agrietados, de la sensación de habitar un cuerpo sin dolor.

Hace un tiempo… alguien dijo que era un ejemplo de supervivencia, de fuerza… una motivación para los que eligen el camino de la desidia, la rendición. Que todo lo que vivo, y como lo vivo, me hace un ser resiliente, pero... ¿Lo creo realmente?

A veces estoy convencida de que sí, otras veces me digo que no soy más que una farsa, una caja vacía; y así mi existencia intenta no perder el equilibrio en la cuerda de la realidad, de qué es y qué no es… y en esos instantes me siento tan perdida, sin nadie que me preceda con una lámpara de esperanza para iluminarme el camino de fango y espinas por el que voy avanzando a duras penas. Y mi cuerpo se estremece de dolor, se ahoga con sus propios gritos y lágrimas y saliva y congestión; y voy a ciegas con los pies desnudos y sangrantes, suplicando por auxilio, aferrándome desesperadamente al rostro que dibuja mi mente, el rostro de ese Dios que jamás he visto pero puedo sentir aún en el colmo de mi desolación.

Max… querido Max, ahora que todos se han ido, que solo me quedan mi diario, mi fe y mi introspección; tu presencia y sabiduría serían un regalo inmejorable del Padre hacia esta, su más encendida y destrozada hija que cada día, a pesar de su carne escaldada, sus profundas heridas, le ruega acreciente su confianza -así como la tuya hacia Él- y le permita ver incluso en estas letras nacidas del dolor, una manifestación de su amor… de sus brazos invisibles acunando este cuerpo lacerado y mudo por tanto y tanto suplicar.  

Háblale de mí a nuestro Padre, por favor.