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Fratello Sole, sorella Luna

Llevo un dije con una Luna junto a mí la mayor parte del tiempo. Al sostenerlo entre mis dedos, inevitablemente, pienso en ti. En la única foto de nosotros guardada al final de mi diario; en nuestros recuerdos juntos: El sobresalto de mi corazón la primera vez que te ví, tu sonrisa y caminar lento; aquel lejano, tan lejano día del padre en que te abrí mi pecho y te asomaste, sin saberlo, a la oscuridad de terror que vivía en mi corazón, el primer abrazo que me arrancó de los brazos de la muerte y regresó a mi cuerpo tembloroso, escuálido, la esperanza de aferrarse a la vida; el mensaje en que me ofreciste para siempre tu amistad. La impaciencia con que esperaba la tarde noche de domingo después de la misa de seis para poder verte a solas y hablarte, desahogar mi corazón —hasta ese momento— ahogado en el dolor ciego de años de abuso, y terminar el día con tu abrazo tan cálido… en cuya dulzura inocente se regodeaba mi corazón hasta el domingo siguiente. Aquella manera en que mi alma viví...

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