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Madurar viene, casi siempre, acompañado de certezas dolorosas.  Convicciones que, con el tiempo, entendemos que no son necesariamente lo que deseamos hacer si no, en cambio, lo que tenemos que hacer.  De la mano con eso, he entendido también que no hay un techo para la madurez, no tiene un tiempo culmen; por el contrario, no hay una edad determinada para alcanzarla. Por lo menos eso creo o, ¿quién sabe? Quizá sondear a las personas sobre qué opinan respecto a esto sería un buen experimento.  Hoy, de camino a la oficina venía pensando en mi tiempo bailando flamenco. Por aquella época, cuando sentía que bailar era mi salvación en medio del caos que me rodeaba, no me concebía a mí misma sin hacerlo; sin esa sensación de poder, de fuerza y libertad que me embargaba… me juraba que jamás dejaría de bailar, que aquello era parte de mí y que, quitármelo, sería como arrancarme una parte vital de mi cuerpo. Podrían quitarme todo, pero eso no…. Aquello no. Luego vino la pandemia, la...

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