Agujero negro


 


















***

Hoy salí de casa un poco más temprano de lo habitual y me encontré con toda una turba de niños caminando/corriendo con sus padres que los llevaban al colegio. 

Escuché la conversación casual que tenía un papá con su hijo que debía tener, como mucho, unos cinco años; niñas sonrientes llevadas por sus papás o mamás en scooters. Todos apurados, todos animados, tan palpitantes… y luego estaba yo. Un ente más o menos en color, viendo reflejada mi niñez en esas caritas. Pensar que en ese tiempo yo pasaba por lo de mi papá, pero, aun así, inconsciente de que eso que me hacía era algo atroz, también sonreía; también mi mamá me llevaba al colegio y me cantaba canciones en el camino, o me iba recitando alguna lección, materia o tarea. Aunque nos faltaba tanto, viviendo en ese cuartito prestado en el fondo de la casa de un tío al lado de un silo, era feliz.

Y entonces, mientras mi existencia descolorida caminaba hacia el paradero del autobús para ir a la oficina, me puse a pensar qué tantos de mis recuerdos fueron implantados por mi inconsciente infantil para ocultar el horror, ese dolor más viejo que yo misma que se iba formando y del que solo fui consciente cuando alcancé la adolescencia, me persiguió hasta la adultez y ahora camina a mi lado, sus pasos sincronizados con los míos, se entreteje con las indagaciones de mi última terapia y me pregunto si, tal vez, me convertí en la némesis de mi madre, si vió en mi reflejo el espejismo de lo que quiso ser y no fue… y si, con el tiempo, aquella frustración se transformó en dolor disfrazado de exigencia, manipulación; en el que, a fuerza de repetición, implantó el sentimiento de culpa y, aun ahora, sigue siendo como un pique carcomiendo mi cerebro y del que no encuentro cómo deshacerme, y regresa a mi mente la pregunta insistente… ¿Fui solo un deber impuesto del que se esperaba un quid pro quo?

¿Cómo podría esperar empatía del mundo entonces?

Entonces, ¿quién pensaría en mí como un ser merecedor de amor si mis propios padres me demostraron de tantas formas diferentes que no tenía valor más allá de un trozo de carne para satisfacer las más sucias bajezas o el de un cajero, una fuente a la qué vaciar de dinero, de cariño o esperanza?

¿Quién va a quererme entonces?

En este momento, mientras escribo, es como si parte de la venda que cubría mis ojos hubiera caído y me obligara a ver aquello que me he negado a pensar. Ahora creo entender un poco mejor la razón de cada decisión, de tanto y tanto dolor. 

Siento que, lentamente, me estoy sofocando; que el mar se retira sigiloso de mis orillas para regresar con toda su violencia y romper sobre las piedras de mi playa para convertirme, un poquito más, en una existencia rota, en un agujero negro. El agujero que empezó a formarse desde la primera mancha de mi infancia en el centro de mi cuerpo, cerca al corazón… y que en algún momento me tragará. Me hará desaparecer en su oscuridad y, entonces, seré una insignificante nada.

Nada en la inmensidad de la nada.

Comentarios

Entradas populares