Te perdono.
Te perdono por no haberme planeado, por pedir que me mataran
para no tener que hacerte cargo de mi. Te perdono por haberme violado, por
robarme la inocencia aun cuando no tuve consciencia de haberla perdido hasta
mucho después. Te perdono por haberme abandonado. Por los años de sometimiento
y pobreza, de dolor… por el hambre y la humillación.
Te perdono por haberme menospreciado por ser pobre, mal
vestida, por mis manos y cabello seco a punta de detergente, por no tener el
sol diario para el sándwich de pollo de los recreos; por gastarme el cerebro,
las ganas y los ojos mañana y tarde… por usar mi inteligencia cual moneda de
cambio. Por los insultos calladitos, las
ofensas solapadas. Por habernos convertido en tus siervas por años a cambio del
favor de salvarnos.
Te perdono por haber usurpado mi vida a cambio de tu
sacrificio. Por haber esperado tanto de
mi. Por poner sobre mis hombros la responsabilidad de negociar responsabilidades
domésticas que no me correspondían. Te perdono por repetirme implícitamente que
todo sacrificio sigue siendo insuficiente.
Te perdono por haberme usurpado el primer beso de mi vida con el único afán de paliar tu abstinencia carnal, sin quererme...; por haberme arrancado de cuajo la confianza en los que como tú, compartían tu estilo de vida.
Te perdono por los años de amor a escondidas, por sembrar en
mi pecho la semilla primigenia de la paranoia. Por hacerme creer —tonta
inocente— que tu amor sobreviviría al límite de mi intimidad.
Te perdono por hacerme creer que no serviría para más que un saciarse eventual. Que nadie me querría para el futuro; que no era suficiente, que mis traumas repelerían cualquier intento de amarme en serio.
Te perdono por un lustro de amor insano, de angustias y
ofensas. Por haberme exprimido la tranquilidad y el dinero, por procastinarme
con tu procastinación. Por conseguir que me conformara con tan poco, por
haberme negado… por ser el autor del desengaño más grande de mi vida. Te
perdono por haberme destrozado cual cristal impactando contra la superficie
impenetrable de tus mentiras.
Te perdono por haber hecho propicia la atmósfera para
apuñalarme por la espalda. Por tu insana manía de ver un “pero” en cada buena
idea que no salía de ti. Te perdono por usar mi vulnerabilidad como arma para
destrozarme la vida… te perdono por tu maldad, por tu envidia; por no aspirar
más allá de aquello que yo tenía y tú querías.
Te perdono por haberme ilusionado en vano; por haberme
convencido —sin palabras— que podías quererme, que nos salvaríamos el uno al
otro de nuestros demonios. Por trastocar mi sueño individual de recorrer el
mundo y hacerlo también tuyo, por dejarme pensar en un nosotros que no se
cumpliría jamás. Por hacerme soñar con
París y Viena, con alguna callecita empedrada del viejo continente en tu
compañía.
Que podríamos empezar de cero, lejos de esta realidad… por haberte hecho parte de mi día a día para luego traicionarme. Por pensar solo en tu salvación; por no tenderme tu mano —como yo te extendí tantas veces la mía—, a la primera prueba de lealtad.
Que podríamos empezar de cero, lejos de esta realidad… por haberte hecho parte de mi día a día para luego traicionarme. Por pensar solo en tu salvación; por no tenderme tu mano —como yo te extendí tantas veces la mía—, a la primera prueba de lealtad.
Te perdono por haberme robado la confianza, por 18 meses de
energía mal invertida… te perdono por haberme arrebatado, por tu causa, las
cosas que le daban sentido a mi vida.
Te perdono pasado. Presente. Te perdono y me perdono por
haberme dejado engañar. Por haberme bloqueado por amor, confianza, necesidad y
no confiar en mi intuición.
Me perdono y perdonando
—ligera: cual cáliz vacío ansioso de
apurarse en una fuente más limpia—,
me prometo volver a empezar.
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