Después de todos estos años e incontables tratamientos, especialistas, exámenes, operaciones, medicamentos –convencionales y alternativos–, mi útero sigue gritando por un dolor aún sin diagnóstico.
Sentir dolor es triste, mordiente... es casi como sentir hambre (hambre de verdad), o miedo.
Alguna vez, alguien me dijo que, quizá, la respuesta esté en mí misma, en mi familia; en la historia de mis padres, abuelos, bisabuelos. En los sucesos que conozco y no conozco del todo de mi árbol familiar.
¿Es posible?
Los años me han llevado a creer que sí. Y mis pasos me llevan, otra vez, al camino de buscar.
No sé lo que vaya a encontrarme; admito que siento algo de miedo, pero más fuerte es mi curiosidad, mi sed de respuestas. Tal vez, ahora sí, sea posible sanar.
Mientras tanto le digo a mi cuerpo, a mi útero enfermo: "Aguanta, aguanta. No se te ha dado más de lo que puedas cargar".
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