Querido Matt,
Te escribo porque me dijeron que podría funcionar.
Que así podría paliar un poco esta enorme sensación de soledad que se ha alojado en mi pecho por no sentirte —como en los últimos años— tan cerca de mí. Como si escribir fuera la cura para no extrañar cuando en realidad resulta ser todo lo contrario, como ahora, que mientras más escribo más aumenta mi nostalgia por ti.
¿Dónde estás? ¿Por qué, en algún instante entre mi estrés y las obligaciones de mis días decidiste dejarme?
¿Por qué cediste al hechizo de mi musa y —junto a mi inspiración— te marchaste en su compañía?
¿Por qué me dejaste?
No puedo continuar si no siento la temperatura de tu sangre acompañando mis pasos solitarios. Si no susurras despacio tu historia en mi oído. Mi mundo se paraliza si no me miras a los ojos a través del azul infinito del cielo, o siento el roce de tus manos cuando me envuelve el viento.
Todo el placer que encontraba en la vida se ha perdido en el tiempo —se ha ido contigo—, dejándome vacía de inspiración, marcada con el ancestralmente triste título de escritora sin gloria y sin letras, sin nada que contar.
¿Dónde estás?
¿Has de volver pronto?
Regresa, Matt. Quédate indefinidamente conmigo.
Dame sentido.
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