Una sensación extraña:
Es como si cada persona que fue parte de mi mundo alguna vez
—y que hoy parte de este mundo al más allá—
se llevara consigo un pedazo de mí.
Como si con cada vida que se acaba
—conjunto de ojos, bocas y oídos que me vieron, escucharon y pronunciaron mi nombre y ya no podrán más ver, oír o pronunciar—
se acabara también una parte de la persona que fui.
Como si me estuvieran descascarando
—purificando—
de pasado.
Y se fueran haciendo más distantes los recuerdos que aferraba entre mis manos,
alimentando mi nostalgia, y que ahora, sin dolor,
aunque con una innegable sensación de que estoy siendo despojada de algo muy preciado,
voy dejando marchar.
—cual gotas de agua chorreando entre mis puños cerrados—
como se marchan a la muerte las personas que conocí.
Como alas de mariposa fundiéndose con los girones invisibles del viento
—entre meses, días y años—
vuelan con sus vidas, para siempre, los lamparones de ese alguien que yo fui.
Y la sensación de paz crece, crece…
y me doy cuenta de que es extraña la manera de purificar que tiene la muerte.
¿Algún día también mi muerte tendrá el poder de purificar
—como ellos ahora conmigo—
—como ellos ahora conmigo—
la existencia de alguien más?
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