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Hierro, papel y soledad


Querido Max, ¡soy yo de nuevo! 

Sometido a las temperaturas altísimas de un tiempo circular, te traigo mi cuerpo forjado en hierro, mi inspiración entumecida y mi soledad. Mis pasos han bailado de regreso a tu Paraíso sin principios ni finales, han andado al inclemente compás del martillo del herrero. La certeza ha reabierto la tímida grieta de mi corazón hasta volverla un abismo que, por instantes, se me antoja insalvable; mi destino a un salto de distancia: mi nueva vida es preciosa y fulgurante, pero plagada de una soledad tan pavorosa como el mismo precipicio ante mis pies ¿Cómo he de vivirla sin terminar hecha astillas?

Para las situaciones verdaderamente importantes, la mía es una vida en soledad. ¡Ay, soledad!... Eres mi solución y mi acertijo, mi némesis y mi ambrosía. Cuando me siento ahíta te aborrezco; cuando te pierdo, te añoro. 

Querido amigo, te confieso que mi cuerpo es de hierro, pero mi corazón es de papel y cuando está en oriente quiere estar en occidente y cuando, en occidente, se sueña en oriente. Soy el Ícaro de alas condenadas que sigue volando hacia el Sol. Mientras más me acerco, más gravitan mis certezas sobre el vacío, pero la Muerte, amorosa, me espera en su fondo ¿Tal vez mi destino se encuentra entre sus brazos? Desde esta altura, morir se me antoja tan gentil… tan suave. 

Como la vida por momentos, también los recuerdos se me escurren entre los dedos del tiempo, de la edad y del olvido… ¡Y tú tan lejos!

¡Hola, viejo amigo!


Me he dado cuenta de algo curioso. Cada cierto tiempo, aunque sé que el resultado siempre será el mismo, te escribo. Te escribo para decirte lo mucho que significaste para mí y, en nombre de la amistad tan bonita que alguna vez nos unió, también para preguntar al viento si es que existe la posibilidad de que, casi veinte años después, aún exista algún terreno, todavía inexplorado, en el que la semilla renovada de la amistad pueda florecer para nosotros. 

¿Será posible?

Esto va a sonar irreal, pero, ¿puedes creer que los correos que intercambiamos en la época por la que empezó nuestra amistad, aún existen? Creí que se habían perdido para siempre, con todo el cambio tecnológico que ha habido en dos décadas pero hoy, por fin, me fue posible volver a acceder a ellos…. ¡sí, es una locura! Pero, para mí, es algo hermosamente providencial. En este punto de la vida en que mis constantes varían sin cesar, cada vez con más velocidad, al punto en que ya no soy capaz de seguirles el paso aunque intente correr tras ellas con todas mis fuerzas. 

Me he quedado rezagada, pero ya no me castigo por eso. Las magulladuras de los años me han enseñado que, si siento empatía hacia los demás, debo ser capaz de sentirla, todavía más, por mí misma. Ahora aprovecho los momentos de tregua silenciosa para pensar en el correr del tiempo, en instantes del pasado que fueron un quiebre, momentos canónicos de mi vida, e inevitablemente, regreso a uno de los más importantes: el día en que te conocí. ¿Lo recuerdas tú todavía, después de casi veinte años? Aunque muy esporádicamente y, sobre todo, en periodos límbicos, yo sí. Ya sin el apasionamiento de la adolescencia, tampoco con el resentimiento y el desencanto de la juventud, pero, aun así, te recuerdo. El tiempo ha hecho las veces de crisol en el que han prevalecido sobre la superficie sólo los momentos buenos, los días bonitos en los que fuiste solo suma e inspiración para mi vida. 

He llegado a la edad de Cristo -y en unos meses estaré por abandonarla-, soy una escritora publicada, alcancé estabilidad profesional y, gracias al cielo, económica; al arrebatamiento prefiero la tranquilidad del corazón, pero ¿sabes qué no he dejado de ser? Una soñadora pero, sobre todo, una romántica empedernida, ansiosa por seguir creando universos enteros de historias hermosas en las que pueda refugiarme cuando mi ánimo me pida un instante de respiro… de paz.

Algo más: estoy en proceso de escribir mi tercer libro, el que será -así lo declaro y estoy convencida- mi bestseller. Aunque ya llevo un tiempo con la inspiración dormida, pero, confío que, teniéndome paciencia, eventualmente despertará y, entonces, podré volver a escribir, seguir creando. 


Te envío un abrazo con la esperanza de que traspase los límites de espacio y tiempo y llegue hasta donde estás. 

¿Qué es de tu vida?


Cicatrices de mariposa



Max, 


Por estas fechas te escribí mi primera carta hace ya seis años. 

Parece mentira que haya pasado tanto tiempo desde aquel episodio oscuro, cuando era apenas una oruga vulnerable y sin color, inconsciente de que estaba a punto de atravesar por el proceso de metamorfosis más grande de mi vida. Un periodo de crisálida plagado del dolor de mil espinas e incertidumbre, cuya recompensa en la meta sería las magníficas alas de mariposa, llenas de colores, descubrimientos y matices, con las que volaría hacia un nuevo cielo, hermoso pero incierto, donde la única certeza era la lámpara que levantabas beatíficamente delante de mí, alumbrándome apenas lo suficiente para que no aterrizara de nuevo contra el fango en el que ya me había revolcado tantas veces. 

Seis años, y cuatro desde tu última aparición sobre el cielo de mi vida. 

Ahora, en cambio, un océano y una completa diferencia horaria nos separa. Cuando yo soy noche tú eres día y de día te conviertes en noche magnífica plagada de estrellas resplandecientes tras mis párpados cerrados, cuando el alma se me vuela de entre los labios en un suspiro a media tarde.

¿Cómo es allá... cuáles son los colores del mundo, tan diferente a este, que ahora habitas? ¿Sigues siendo plenamente feliz en la vida que escogiste? Por mi parte, sigo siendo la misma mariposa inquieta, con las mismas ganas de alcanzar todos los cielos posibles, y que, consecuentemente, lleva orgullosa sobre sus alas incontables cicatrices. La vida no se cansa de darme vuelcos pero, soy feliz. Pasan los años y sigo entendiendo cuánta verdad había en aquella frase que escuché hace ya tantas décadas; la vida sí que puede ser una sonrisa en medio de una, dos... infinitas lágrimas. Una sucesión ininterrumpida de punto y seguido, suspensivos, aparte, pero hasta que no lleguemos al definitivo final que tenemos escrito, siempre existirá la posibilidad —y la necesidad— de seguirnos reinventando. 


Te llevo en cada una de las peticiones que, muy de vez en cuando, elevo a nuestro padre en el cielo por las personas de mi presente, pasado y por siempre.


Con amor, 

Rosali. 

(*repitiendo en notas mentales el Claro de Luna.)

Sesenta segundos


Diciembre 4, 2023.


Querido

No sé si esto me va a dar una especie de respiro, pero como no hay peor batalla que la que no se intenta, aquí estoy, escribiéndote por primera vez. Escribo lo que mis labios no son capaces de pronunciar en palabras, lo que mi voz se niega a articular. 

Todo es tan contradictorio, eres ese algo a lo que no consigo darle un nombre pero que aun así me hace falta. Hay un mar de palabras, frases, ideas, pensamientos, réplicas que tengo para ti aun cuando verte es casi tan cotidiano como respirar. Tan cerca y tan lejos. Tan distante, pero a la vez tan próximo… ¿cuántos son los pasos que nos separan? Jamás los he contado, pero ahora que tengo la idea en mi cabeza podría asegurar que no son más que el número de los pálpitos de mi corazón, de mi sangre contra las paredes de mis venas en un minuto. Sesenta segundos. ¿Qué te diría en ese lapso si es que un día la vida me planta en la cara aquel perverso privilegio? Todavía mejor, ¿qué te diría si supiera que, en sesenta segundos más olvidarás por completo todo lo que diré? Puede que entonces la valentía me hinchase el pecho y sin escrúpulos ni ceremonias te mostrara mi alma en carne viva. Y, , admitiría que soy estúpidamente, malditamente soñadora y que no me lo reprocho. Te diría que soy fuerte, que el fuego me enciende las venas pero también alimenta a la soñadora que vive en mí, con todas sus ideas románticas... arcaicas para nuestro tiempo; con todo eso que los libros le dicen que puede ser. Que no necesito que el amor me consuma para anhelar la dulzura en un beso o la sensación de fundirme en otro cuerpo al contacto de un abrazo. Que se puede anhelar la ternura aun chapaleando en los más profundos placeres de la carne; que sintiéndome diosa también puedo ser tremendamente frágil. Que el deseo puede ser llamarada y manantial, que puedo anhelar cada parte tuya sin tener que asegurarme tu amor. No busco amor. Podría hacerlo, pero, así como sueño soy racional y mi razón me dicta que no… contigo no. Pero aquello no disminuye en lo más mínimo mi deseo de ver más allá de lo que escondes, de aquello que te empeñas por mostrar ―tienes que ser más que eso, querido―, quiero saber quién eres, cómo eres, sin más. ¿Qué te hace sonreír, qué es lo que piensas cuando crees que no estás pensando? Qué te enoja y qué es aquello que ensombrece tu corazón o te molesta… qué serías capaz de hacer si se te pone a prueba. Si sucediera, te diría que la vida es tan corta como para esconder todo eso que, de exponerlo a plena luz, nos haría más felices… te diría que el mundo es de los valientes, pero también de aquellos que son capaces de admitir su vulnerabilidad. 

¿Ya pasaron sesenta segundos? Es probable que sí, y con ellos también este hálito mágico que el silencio y la soledad le dan cualquier espacio en el momento en que todo se detiene y puede oírse en el aire el más leve de los suspiros…

Ya estás aquí y, una vez más, he de tomar a la soñadora y ponerla a dormir para regresar a la realidad. 


Siempre tuya, pero mucho más mía.

Rosali. 


Diez segundos o crónica de un accidente de tránsito


Ayer el bus en el que regresaba a casa chocó con una camioneta.

Fue un accidente moderadamente importante. Tres personas terminaron sangrando —dos por la boca, una por el puente de la nariz—, dos con golpes importantes —una en la frente, la otra en la cabeza y un brazo— y dos con golpes leves —una chica que se recuperaba de una fractura de rodilla y yo, en el codo y la rodilla derecha—. En un momento, choque, al siguiente, ambulancias y al siguiente, bomberos. Embotellamiento en Angamos pasando la avenida Arequipa y desvío forzado en una perpendicular antes de llegar a comandante Espinar.

En un primer momento intenté ayudar a los heridos, preguntarles por su estado, ver si estaban bien. Después, viendo que no podía hacer gran cosa bajé del bus y me quedé ahí, mirando toda la escena: llamadas de los acompañantes de los accidentados a familiares —por suerte todos los heridos importantes iban acompañados—, la discusión del chofer y la cobradora del bus con el dueño de la camioneta —eran más bien dos— que, por cierto, terminó tremendamente abollada; el intercambio de bomberos y municipales con los agraviados, coordinando quién llevaría a quién —los accidentados leves optaron por irse cuando supieron que el SOAT sólo cubría atención médica en el Casimiro Ulloa—; el chofer del bus grabando la escena para tener pruebas que le sirvieran para declarar que no había sido él el causante del choque —en realidad no lo fue—, los testigos que vieron desde fuera el accidente, gente curiosa a pie y en otros buses que tuvieron el infortunio de quedar atrapados en el caos… y yo ahí, de pie, observándolo todo, como un espectador que, aunque no quiere, forma parte de toda la escena.

Una vez pasada la conmoción inicial, el entender que me había librado por no más de diez segundos de haber sido quizá el pasajero más herido de todos los que iban en el bus —las hormonas ausentes producto de la histerectomía total a la que fui sometida hace cinco meses me ha arrebatado una cantidad importante de calcio— me golpeó como zarpazo de animal salvaje. Un breve instante de conmoción y pánico que luego se transformó en una profunda sensación de desamparo. ¿Qué habría pasado si…? Diez segundos, apenas diez segundos hicieron la diferencia entre estar aquí, un día después, escribiendo esta experiencia o, en cambio, convaleciendo en la cama de un hospital público con un hueso roto o quién sabe qué cosas más. Ahí, de pie entre la conmoción general entendía que nada es más importante que vivir a plenitud siempre, cada día, pase lo que sea que pase.

¿De qué me sirve repensar las cosas que no puedo solucionar?, ¿de qué me sirve entristecer mi corazón por quien me guarda en su mente apenas unos segundos, para quien soy no más que un espejismo, un cansancio del cuerpo, tal vez apenas un flash insignificante en el día? ¿De qué me sirve la tristeza si puedo salir después de un día de oficina y sentir el viento que me abraza y la forma en que me revuelve el pelo mientras camino? ¿De qué me sirve el dolor si puedo mirar al cielo y contemplar los destellos de las primeras estrellas de una noche que comienza?, ¿de qué me sirve si anido millones de sueños y planes, si tengo ante mí la perspectiva de un futuro brillante? Anoche entendí que así se multipliquen cada vez más mis instantes de soledad, en realidad nunca lo estoy. Tengo al viento, las notas de piano flotando en mi cabeza, palabras formando universos mientras leo, las vibraciones de mis cuerdas vocales mientras canto… tinta, líneas y papel. 

Vivir es una composición hermosa, un cuadro de matices, claroscuros, formas y colores. La vida es arte y nosotros personajes, pero también somos artistas cuyo pincel decide qué pintar; y así sucesivamente, siempre. 

No somos sólo espectadores. A veces también somos creadores.  

Blasfemia


Querido Max, 

Llevo muchos días en un estado extraño. De entre desánimo y exaltación, alegría y tristeza; nostalgia, desolación y alegría hasta las lágrimas. Me siento en una especie de montaña rusa infinita de subidas y bajadas, en un momento inerte y, otros, en que el corazón se me sale del pecho. En que la fuerza de mis latidos empuja dolorosa la sangre en mis venas, mis venas contra mi piel. Días en que me siento diosa y otros en que no soy más que un grano de arena, o una oruga oculta en su capullo y no me siento capaz de enfrentar al mundo, pero en cada uno de esos instantes mi alma clama siempre tu nombre. Busca un rastro tuyo en las partículas del aire. Te extraña a rabiar… te necesita. 

Aun cuando mi boca pronuncie otro nombre, otro hombre, mi mente siempre te busca a ti. Mi piel solo despierta con la temperatura de la tuya, tu olor… con la tibieza de tu respiración. 

Oh querido, querido, mil veces querido, no estás conmigo, pero eso no mengua mi adoración, mis ganas de ti. Te necesito, ¿cuántas veces no han pronunciado mis labios la misma plegaria? ¿Cuántas veces mis ojos mirando hacia el cielo no han rogado a nuestro Padre que te ponga al menos un instante en mi camino?... ¿Existe otro corazón en la Tierra que palpite con tanta fuerza por tu amor como lo hace el mío? Soy consciente de que no merezco siquiera suspirar por un amor tan dulce, pero eso no es barrera para mi corazón desatinado y, aun con el dolor a flor de piel, camina una y otra vez por el terreno prohibido. Aún a costa de volar en mil pedazos y perder un poco de sí mismo cada día. Sé que Dios me castiga, castiga la adoración casi divina que siento por ti pero... ¿cómo no sentirlo? En este punto del camino ya no importa el dolor, el sudor o la sangre si a cambio me espera tu vida al final de esta vía. Oh, Max, quiera la vida no romperme más ante el conjuro de tanta blasfemia, por usar mi propia sangre como tinta para plasmar un sentimiento tan grande.

Eres mi cruz y mi luz, mi infierno, mi gloria y mi salvación.  


Soy el mar


Querido Max, 

En este momento escucho Fotografía, de Juanes y Nelly Furtado. ¿Conoces la canción? A lo mejor sí, o tal vez no. Seguramente si la escucharas vendría a tu memoria algún recuerdo de tu primera juventud, algún recuerdo dulce del que yo no formo parte. 

He sentido la necesidad de escribir, dedicarte algunas líneas y así contarte un poco de lo que ha sido mi vida en los últimos meses, desde la última vez que escribí.

Siguen pasando cosas, muchas de las que seguramente te sorprenderías. Últimamente, le he dado muchas vueltas a la idea de mi nueva condición, a cómo me siento desde mi no tan lejana intervención. No creo estar incompleta pero, no puedo dejar de preguntarme si, algún día, cuando hable de esto las personas dejarán de mirarme con ese rastro inequívoco de compasión en los ojos. He entendido que no necesito dar explicaciones, que hacerlo no cambia ni suma nada, pero no termino de domar esa pequeña rebeldía que me escuece de a ratos el corazón. No duele tanto, aunque de tanto en tanto sí que molesta para respirar.

Al fin me siento mucho mejor, más libre y resuelta. Aunque el dolor no haya abandonado del todo mi cuerpo ya no me pesa vivir. En resumen, todo fue bueno. Liberada y sin culpas, me siento capaz de convertirme en esa mujer salvaje y poderosa que siempre quise ser.

¡Quiero vivir!

Alguna vez pensé que mi tristeza era como una acequia ancestral… o aún mejor, como un río cegado por el paso del tiempo, quieto y escondido de los ojos humanos, con días de desborde estrepitoso y que, pasada la tormenta vuelve a su origen, a su rincón inhóspito en el centro mis entrañas. Ahora que he sorteado exitosamente los espinos y las grietas del camino me he transformado en un mar donde puede diluirse mi tristeza. 

¡Soy como el mar!... un mar costas calurosas y vientos tropicales. Mi alma baila al son de los rugidos de sus olas, de su espuma embravecida; envuelta en los dorados, malvas y corales de un atardecer que es el marco para un oscurecer brillante de posibilidades infinitas como las estrellas que santifican esta noche lunar. Mi ser entero suspira por esa libertad que, ahora sí, parece alcanzable… que casi puedo tocar con la punta de los dedos. ¡Oh, Max! Como quisiera que estuvieras a mi lado, tomaras mi mano y bailaras conmigo al compás de esta atmósfera revitalizante, de fragante cielo inmaculado. Como quisiera que tus ojos profundos se pasearan por mis líneas teñidas de esperanza… Ojalá la fuerza de mi deseo pudiera sortear la frontera que nos separa, que vuelve tan marcada la diferencia entre tu mundo y el mío, tus aspiraciones y mis anhelos más inconfesables… ¿Qué podría detenerme entonces?

Estás siempre en mi corazón y mi oración, aunque mis labios hayan perdido el hábito de pronunciar tu nombre.