Querido Max, ¡soy yo de nuevo!
Sometido a las temperaturas altísimas de un tiempo circular, te traigo mi cuerpo forjado en hierro, mi inspiración entumecida y mi soledad. Mis pasos han bailado de regreso a tu Paraíso sin principios ni finales, han andado al inclemente compás del martillo del herrero. La certeza ha reabierto la tímida grieta de mi corazón hasta volverla un abismo que, por instantes, se me antoja insalvable; mi destino a un salto de distancia: mi nueva vida es preciosa y fulgurante, pero plagada de una soledad tan pavorosa como el mismo precipicio ante mis pies ¿Cómo he de vivirla sin terminar hecha astillas?
Para las situaciones verdaderamente importantes, la mía es una vida en soledad. ¡Ay, soledad!... Eres mi solución y mi acertijo, mi némesis y mi ambrosía. Cuando me siento ahíta te aborrezco; cuando te pierdo, te añoro.
Querido amigo, te confieso que mi cuerpo es de hierro, pero mi corazón es de papel y cuando está en oriente quiere estar en occidente y cuando, en occidente, se sueña en oriente. Soy el Ícaro de alas condenadas que sigue volando hacia el Sol. Mientras más me acerco, más gravitan mis certezas sobre el vacío, pero la Muerte, amorosa, me espera en su fondo ¿Tal vez mi destino se encuentra entre sus brazos? Desde esta altura, morir se me antoja tan gentil… tan suave.
Como la vida por momentos, también los recuerdos se me escurren entre los dedos del tiempo, de la edad y del olvido… ¡Y tú tan lejos!