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Flores amarillas


Querido Max,

Es la temporada de las flores amarillas en las calles, en los paseos principales de la ciudad. El viento de verano las agita de sus árboles y vuelan presurosas hacia su momentánea libertad. 

Luego aterrizan en las aceras y se convierten en una preciosa alfombra en el pavimento. Mientras son una con el viento, las observo, me siento una de ellas.

Yo y mis pensamientos... tantos recuerdos.

Uno de mis grandes sueños se ha cumplido, he ganado mucho pero, inevitablemente, también he perdido. ¡Cómo he perdido! 

En el hilo de mi recuento en el día 363, he encontrado dicha y desgracia: Mis ojos han llorado hasta dejarme vacía, mi pecho ha sufrido hasta dejarme exhausta, mi mente me ha dejado demasiadas grietas... y mi corazón, como una madeja vieja, es un nudo de de sentimientos encontrados... un entresijo de hilos no del todo desenredados. 

Faltando 3 días para el final del año, estoy aquí, desnudando mi alma una vez más ante ti; escribiéndote la que, quizá, será mi última carta del 2020 -o de mi vida-, querido mío. Aunque la coyuntura nos haya impedido coincidir en ningún lugar, y mi inspiración por ti me haya abandonado por instantes, espero no hayas tenido que sufrir alguna pérdida significativa, llorar la partida de un ser querido, o vivir  aquejado por este virus o alguna enfermedad. 

Espero tus convicciones se hayan multiplicado y sigas eligiendo, una y otra vez, permanecer en la vida que elegiste para hacer, a tu manera -como yo a la mía-, de este a veces tan triste mundo, un espacio mejor... más feliz. 

Tengo una carta con tu nombre escrito en el lugar del destinatario, sellada y sin abrir, esperando paciente el arranque de valor que me impulse a ponerla en el buzón. Por ahora, aun sin saber demasiado del otro, hemos sobrevivido a la Carrera de vallas del 2020, y eso es todo lo que importa. 

Me basta con saber que aún existes; y compartimos la misma Tierra, el mismo aire que empuja a su momentánea libertad, cada día, a las flores amarillas... 

Mis recuerdos más dulces siguen unidos a tu espacio con vista a la higuera... a la biblioteca y al filosofado en lo más profundo de mi corazón. 


Tuya siempre, 

Rosali. 


Retrato


Un día cualquiera, caminando por las calles de mi vida pasada; unas luces cálidas, provenientes de la estancia de una casa con estanterías repletas de libros en una habitación esquinera, captó mi atención. 

Ahí, sentado en un sillón, leyendo un libro, como el reflejo exacto del cuadro que, por tanto tiempo llevaba pintando en mi imaginación, estabas tú... ¿eras realidad o espejismo de mi cuerpo aletargado por la noche fría y las flores de cerezo?

No supe qué responderme, porque me costaba pensar en ti, en la figura exaltada por la fuerza de mi pluma y mi imaginación, como un ser terrenal. Una existencia de huesos, músculos, piel… oxígeno y corazón. A veces me cuesta creer que tú, alma luminosa arrimada en los rincones más apartados de mi corazón,vives y respiras en la misma realidad en la que habito, esa que a veces se me torna tan asfixiante, tan cruel. 

Pero, , ¡eras tú!. No había duda. No eras un espejismo de mi imaginación… estoy segura. 

Oh Max, Max, mi querido Max... ¡Tienes una biblioteca preciosa!

Y ahora, puedo pintarte sobre un fondo de verdad en el lienzo coloreado de mis retinas… no eres más una simple idealización.


Eres exactamente así… todo razón e inspiración. Como siempre te soñé. 


Almas afines


Todavía sueño contigo. 

En el lienzo de mi imaginación, representamos la misma escena que en nuestro génesis -la mañana luminosa de viento helado y montañas majestuosas que paliaban mi tristeza- aunque ya no exista angustia, dolor o decepción.

Con aquel piso con ventanas tipo balcón. Tú y yo detrás de esa cortina, entre las luces cálidas de una noche tibia, acurrucados en un sillón mullido. Todavía me imagino con la cabeza recostada sobre tus piernas mientras me acaricias el cabello, aunque en mis ojos ya no asomen lágrimas; en mi corazón no existan dolores, ni tormenta en el centro de mi pecho. 

En el centro de mi pecho solo existe un corazón vivo, palpitante de gozo por saber que, por fin, tiene una vida compartida con el hombre de sus sueños, su alma afín. 

Tú eres mi alma afín. 

Aquel con quien me veo caminando hasta el último rincón de la Tierra. 

Aquel que ama lo que amo, que puede ver la belleza con los mismos ojos que yo. Aquel con quien no temo desnudar mi alma, mostrársela en carne viva, en todo el esplendor de su furiosa pasión. 

Aquel con quien puedo ser yo… impulsiva y soñadora. 

Completamente yo.


Herencia transgeneracional


El cuerpo de los hijos grita lo que los padres callan
Mi cuerpo grita de dolor cada cierto tiempo. 
Después de todos estos años e incontables tratamientos, especialistas, exámenes, operaciones, medicamentos –convencionales y alternativos–, mi útero sigue gritando por un dolor aún sin diagnóstico. 

Sentir dolor es triste, mordiente... es casi como sentir hambre (hambre de verdad), o miedo. 

Alguna vez, alguien me dijo que, quizá, la respuesta esté en mí misma, en mi familia; en la historia de mis padres, abuelos, bisabuelos. En los sucesos que conozco y no conozco del todo de mi árbol familiar.

¿Es posible? 

Los años me han llevado a creer que sí. Y mis pasos me llevan, otra vez, al camino de buscar.
No sé lo que vaya a encontrarme; admito que siento algo de miedo, pero más fuerte es mi curiosidad, mi sed de respuestas. Tal vez, ahora sí, sea posible sanar. 

Mientras tanto le digo a mi cuerpo, a mi útero enfermo: "Aguanta, aguanta. No se te ha dado más de lo que puedas cargar". 

A Max: Cuarentena



Querido Max, 
La cuarentena y yo somos pésimas compañeras. 

El encierro, mi soledad y la falta de oxígeno son pasto de las llamas en las que habitan mis demonios, inundan con su luz cegadora los recovecos donde se esconden mis terrores más abyectos; la ansiedad que despierta del sueño conjurado por el agua de las flores de azahar. Su oscuridad me alcanza... y no me queda más que moverme a tientas, como un ciego; inmersa en un vacío angustiante hasta que vienes a mi encuentro y me tiendes tu mano.

Querido mío... mi soledad necesita del sonido de tu voz entonando la canción del silencio. Te añora sin haberte poseído. 
¿Cómo es que siento, sin haberla vivido jamás, la experiencia de mis dedos sobre tu piel?
¿Cómo es posible que tenga grabada en mi boca la presión de los besos que no hemos compartido?
¿Cómo es posible, parte de mi alma, que te sienta en las pulsaciones de mi propia sangre?
¿Cómo es que he creado memoria de tus te quiero sin que los hayan escuchado mis oídos?

Erosionaste, como agua milenaria sobre roca, las superficies de mi seco corazón; se encontraron nuestras almas. 
Vi tu sonrisa, el brillo en tus ojos... la luz que irradiabas habló más fuerte que cualquier palabra: me dijo que eras feliz. 
 
Ven y arrúllame, que la noche cae, y con ella mi esperanza. 
Las sombras me acechan una vez más...

Abril


11/04/2019

Es jueves.

Hoy estoy usando la misma chompa crema con pequeños puntos de colores y formas geométricas en morado y blanco que compré, hace dos años, para nuestra primera cita. Recuerdo perfectamente ese día... estaba nerviosa y emocionada; temerosa de que, tal vez, en último momento te echaras para atrás y cancelaras nuestra salida.
Sin embargo, no fue así, y esa salida quedó, en los anales de mi vida, como una de las más felices... emocionantes y dulces de mis entonces 27 años.

¿Por qué lo estoy recordando ahora? No tengo idea... pero es que, desde la mañana, mientras me cambiaba para ir al trabajo, al vérmela puesta, estuve pensando insistentemente en ese recuerdo y en que, cuando las obligaciones del día me lo permitieran, lo escribiría.

Cuán diferente era mi vida entonces, hace dos años.
Los inolvidables meses que pasamos siguen viniendo a mi mente recurrentemente, más aún en los últimos días, ahora que vuelvo a tener como única compañera a la soledad; que he podido guiar mis pasos solitarios a las mismas calles de antes... ¡Cuán diferente me siento de entonces!
Aquellos días, mi yo de ese tiempo, se siente tan ajeno a mí, tan lejano a lo que soy ahora...
Supongo que avanzar está bien; cambiar y madurar como personas también, eso es claro. Sin embargo, muy a pesar de mis certezas, en esta etapa de media luz y media oscuridad, anhelo esos momentos, esos tiempos del filosofado.

De la biblioteca y su jardín tras sus puertas de vidrio.
La tranquilidad de sus tardes.
Yo, escuchando la radio, cantando a media voz -aunque con el corazón explotándome en el pecho- alguna canción que me tocaba el alma mientras trabajaba.
La cocinera y sus refrescos por la tarde.
La sonrisa del querido portero... su amabilidad.
Max. Mi querido Max y sus apariciones intempestivas para preguntar qué tal el trabajo de la biblioteca.
Los chicos saliendo a sus clases en bicicleta.
Max, de nuevo, saliendo a clases también en bicicleta... su suéter curioso con figuras geométricas.
Los chicos llegando a trompicones, estacionando sus bicicletas para ir a sus habitaciones.
Los cantos suaves a las seis.
El aroma almizclado del jabón líquido del baño del primer piso.
Las plantas trepadoras fuera de la ventana de la cocina.
El sonido de la alarma y su luz roja al abrirse la puerta que daba a la calle.
El fresco de las tardes.
Su silencio y absoluta oscuridad al caer la noche.
Y así podría seguir... pero mejor no hacerlo.

Mejor, una canción para cerrar este recuerdo...



Mente y corazón


A veces, los pensamientos, las emociones que me embargan no me caben en el cuerpo, y entonces me desbordo.
Inevitablemente. Irremediablemente...

Me desbordo, y mi alma quiere gritar, volar... mi naturaleza apasionada me grita, me dice que es momento de movernos, de escapar del yugo de su alma y desplegar las alas.
Cambiar la ruta.

Pero una vez libre, la muy traicionera me abandona a mi suerte; sin decirme como continuar, por donde he de avanzar. Y, todavía desbordada, me quedo inmersa en el laberinto de mis propias pasiones, me empiezo a acobardar.

Aunque el miedo me ruegue que debo regresar, mente y corazón me gritan que ya no hay vuelta atrás, que sólo queda mirar al horizonte.
Caminar.

Y aquí estoy: libre de mi yugo autoimpuesto, aterrada, pero dispuesta a continuar con mi existencia de alas desplegadas y enfrentarme al mundo; confiando en mi intuición, atenta a las señales del camino...
Un paso a la vez.

¿Con qué he de encontrarme?

Tú, yo y mi soledad.



Hoy quiero caminar las mismas calles que caminaste. 
Llegar a ese mismo café, sentarme en la misma mesa 
y contemplar el exterior del que alguna vez fuiste parte. 

Hoy quiero repasar esa misma calle, 
aunque no vaya a encontrarte; 
sentirte cerca y dejarme acariciar por tus recuerdos, 
que le hagas compañía a mi soledad. 
La misma soledad de ayer y anteayer…  
esa que, aunque por periodos diga abandonarme, 
siempre regresa. 
Eterna acompañante de mis pasos extraviados 
en el laberíntico ritmo del tiempo, 
sin hallar su destino final. 

Hoy, déjame soñar… 
déjame creer que, 
en la oscuridad de mis párpados cerrados, 
aun te puedo encontrar, 
y caminar de tu mano una vez más.

Camina conmigo mis pasos solitarios 
y dime que es preciso emprender la marcha, 
volver a empezar. 

Sin rendirme. 

Dame tu soplo de vida y repítele a mi espíritu terco 
que no hay gloria sin batalla. 
Que la esperanza no está perdida. 

Tú, yo y mi soledad. 

Ven...
Hazme creer en la posibilidad de lo imposible una vez más.
Un día más.  

Sí.


Me gustaría saber dónde estás.

Yo te buscaría, e intentaría encontrar en tus ojos las respuestas a cientos de preguntas pendientes desde aquella última vez, tan lejana en el presente,
del tiempo y mi memoria. 

Renacería en mi la esperanza, me diría que , que puede ser posible.

Indagaría más en tu corazón, diría que a esa cuadra de más.
Prolongaría nuestro abrazo de despedida.
Ahora , te diría que sí, que es posible hacer punto seguido de aquellos que
—tal vez por miedo o precaución— dejamos suspensivos aquella última vez.

Ve… deja tu mensaje en el viento de las seis y que sea él quien me susurre,
entre la angustia del calor y el fresco del verano, del sitio y seña donde se mueve tu corazón… dime cómo encontrarte y yo iré por ti. 

La melodía de mi corazón


Hay una melodía en mi corazón que solo yo puedo escuchar.

Una melodía dulce, que me acompaña en alegrías, 
lágrimas, dolor y soledad.
Que le hace compás al ruido seco de mi caminar ansioso 
por las calles que siguen siendo mi tormento y mi paz.

Canta, canta.

Me canta al oído mientras mi pluma, inspirada, 
vuela sobre el papel.
Vacía con palabras la tempestad de mi alma enjaulada.
Acompasa mis latidos con el aleteo de la mariposa 
que habita en las profundidades de mi corazón.

Aún no ha sido escuchada por nadie más.
Aún no ha sido cantada por nadie más.
Solo me arrulla a mí.
Solo me calma a mí.

Canta, melodía, canta.
Canta para mí.

1095 días


El tiempo sigue su carrera eterna, 
pero no ha conseguido borrarte de mi corazón.
Ya casi son tres años... tres. 
Y tú sigues aquí —en el centro de mi pecho—  tan vivo como la primera vez.

Tu recuerdo ha quedado inexorablemente ligado en mi mente a tu filosofado; 
y aunque el paso del tiempo, el ciclo de la vida en tu camino, 
te haya llevado a otro lugar, yo sigo sintiéndome cerca de ti 
cada vez que regreso a las calles aledañas a la que un día fue tu casa.

Y vuelvo, siempre vuelvo… mi tranquilidad reposa junto a tu recuerdo. 
Eres el lugar donde experimento verdadera paz.

No sé si algún día vuelva a verte; por el tiempo pasado casi puedo pensar que no. 
Pero aquella certeza no termina de asentarse en mi corazón, 
y mi pluma sigue invocándote, sigue buscando en tu recuerdo su fuente de inspiración, la belleza de la vida… 
¡Oh Max! quiera el cielo que pueda verte una vez más. 

No ha pasado un día de estos 1095 que no hayas estado junto a mí.  

Llevarte conmigo


Te quiero llevar conmigo. 
Pero no como recuerdo triste, si no transformado en uno feliz.
Un pensamiento luminoso, 
Tan luminoso como la lámpara de luz que llevaste delante de mí 
en aquel periodo de oscuridad. 

Te quiero llevar conmigo siempre, convertido en esperanza; 
transfigurado en el viento frío de mis tardes de verano 
al final de un día trabajo, 
en las notas de mis canciones favoritas, en el aroma de las flores. 

Te quiero en el latido intempestivo de mi corazón,
En el arranque de inspiración que me recorre las venas con sangre nueva.
En el ¡Eureka! que se prende en mi cabeza. 
En las buenas noticias, 
En los buenos deseos. 
En los detalles que me hacen sonreír. 
En el calambre del estómago por tanta y tanta risa. 

Te quiero en los atardeceres milagrosos que me entran por los ojos 
y me estremecen el corazón.
En los celestes, malvas y dorados del cielo; en el rojo naranja de las nubes.
Te quiero en mis labios cuando mi alma, agradecida, 
pronuncie un “Gracias, Dios.”

Quiero llevarte en lo más profundo de mis pensamientos 
y desearte lo mejor al encontrarme con una foto tuya, 
o uno de tus escritos en la red. 
Cuando reafirme que sigues creciendo en la vida que elegiste 
y que eres feliz en ella. 
Tan feliz como lo soy yo al llevarte en espíritu.

Quiero llevarte en mi pecho del 1 al 366 de mi carrera de vallas personal. 
si es que llego a sortear los obstáculos hasta el final—.

Tú desde tu sitio.
Yo desde el mío. 

Porque te quiero, y te quiero feliz.
 Quiero llevarte conmigo aunque camine mi vida sin ti.